TMti casa está a punto de quedarse obsoleta y más adelante, quizás dentro de diez o veinte años, será una rareza objeto de deseo de nostálgicos y coleccionistas. Lo mismo les ocurrirá a muchas personas de mi generación que atesoran libros en estanterías y rincones. Yo he reducido el espacio de los peldaños de una escalera, por colocarlos apilados pegados a la pared. Pero todo está en vías del cambio definitivo. Las editoriales ya publican libros digitales, y va aumentando el número de personas que utilizan los eBooks o, directamente los descargan de la red para leerlos en el portátil. De momento el papel sigue siendo el señor del mercado, pero me temo que dentro de poco quedará convertido en un producto residual destinado a unos pocos.

Me cuentan que en las casas de la gente joven los libros brillan por su ausencia. Alguno puede verse, procedente de algún regalo. Dentro de poco ni eso. Mis sobrinos nietos vendrán a casa para recorrer con el dedo índice el lomo de los libros que su anciana tía ha ido acumulando a lo largo de una vida y hundirán la nariz entre las páginas para saber cómo huele el papel impreso.

Me place pasear la mirada entre ellos, coger uno, abrirlo y buscar el pasaje que me gustó especialmente la primera vez que lo tuve en las manos. Y así, poco a poco, engancharme de nuevo y volver a leerlo. Desde luego que el libro digital permite hacer lo mismo, buscar, releer y volver a deleitarte con las palabras escritas, pero no sé, me parece que no llegaré a acostumbrarme, o quizás sí. Son más baratos, los buenos eBooks permiten incluso hacer anotaciones al margen y, no ocupan sitio. Las escaleras quedan expeditas y las paredes libres, pero a mí me gusta el ambiente menos despejado. Me agrada la calidez que desprenden los libros leídos, las palabras recordadas, escondidas tras su cubierta.