Andrea Gila tiene 25 años, es enfermera y está investigando sobre lactancia materna y neonatos. Su trabajo, en un futuro, podría mejorar la calidad de vida de los niños prematuros. Pero hasta ahora no ha encontrado quien lo financie. «He solicitado becas. He pedido ayudas al ministerio. He esperado que mi grupo de investigación recibiera una inyección de dinero. Y nada. Al final he tenido que pedir dinero a mis amigos y familiares para tirar adelante el proyecto. Y ni así conseguí suficientes fondos», explica la joven en una conversación con este diario. «Sentí que estaba pidiendo limosna para acabar mi doctorado. Así que un día lo escribí en un cartel, me senté en el suelo y tomé una fotografía. No solo por mí. Sino para denunciar públicamente la precariedad de la ciencia en España», relata.

La imagen de la investigadora sentada en el suelo con su bata blanca (y mascarilla) se viralizó rápidamente. Y así lo hizo su protesta. La campaña de micromecenazgo que había empezado poco antes para recolectar fondos para su investigación ya suma 10.000 euros. Se trata de la primera gran inyección de dinero que recibe su trabajo. Y aun así se trata de un éxito agridulce. Este dinero tan solo cubre los costes materiales del proyecto, pero no los de personal. Así que, por ahora, la joven deberá seguir investigando gratis a la espera de que en algún momento lluevan más fondos. «Es muy triste. Te dejas la piel en tu formación, trabajas sin descanso y al final del camino ves que no hay reconocimiento ni económico ni profesional. ¿A quién le pides que se dedique a la ciencia si este es el futuro?», reflexiona.

Su historia refleja la situación de muchos científicos que, hoy por hoy, luchan para tirar adelante su carrera en España. En la plataforma Precipita, la misma que Gila utilizó para recoger fondos, otros investigadores recogen donaciones a partir de cinco euros para frenar el cáncer cerebral infantil. Para buscar una cura contra el cáncer de páncreas. O para luchar contra el fracaso académico en matemáticas. «Los científicos no pedimos dinero para nosotros, sino para investigar en algún ámbito que beneficie a la sociedad», explica la joven.

Los proyectos que se promocionan a través de esta iniciativa de micromecenazgo pasan por la valoración del Ministerio de Ciencia y la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT). Así que, en cierto modo, ambas entidades dan el visto bueno a la idea y reconocen su valor científico. Aunque, en la práctica, nada se esto se traduce en una asignación de fondos.

Las protestas por la precariedad de la ciencia en España, aunque vienen de muy lejos, se articula ahora a través del movimiento Sin ciencia no hay futuro. Y de las protestas virtuales que hace meses inundan las redes.

Esta guerra cobra más fuerza en vista de la actual crisis sanitaria global causada por el covid-19. «Se supone que la pandemia había demostrado lo importante que es la ciencia. Pero ni así lo hemos conseguido. Ahora solo se financian proyectos sobre el covid-19 y se da la espalda a todas las demás investigaciones que también requieren fondos. Estamos cayendo en los mismos errores», relata la investigadora. «Si no se invierte en ciencia salimos perdiendo todos, como sociedad», zanja. H