Profesor y licenciado en Filología Clásica

Las obras clásicas lo son porque vivirán para siempre. Tienen una vida, encierran una verdad que habla con nueva fuerza a cada una de las generaciones que las lee. Por eso siempre están al día; por eso siempre tenemos que estar leyéndolas. El pasado viernes Carles Santos nos ofreció en el Festival de Mérida una lectura muy personal de la Lisístrata de Aristófanes.

Reconozco que el público que fuese esa noche al teatro esperando encontrar una versión ortodoxa de la obra se desilusionase. Al final de la primera escena los pitos y las voces de protesta se dejaron oír. Esos murmullos sancionadores crecieron incluso cuando se recitó un pequeño texto en valenciano (el texto recitado en griego clásico parece que sí se comprendió. La gente tiene un verdadero culturón). Sinceramente, esto me sorprendió, porque en Mérida hemos visto espectáculos mucho más difíciles que el del viernes: espectáculos en griego, en francés, óperas clásicas, modernas, espectáculos electrónicos, y muchos más. Además, estamos en una época en que nada nos espanta. A la hora de comer ya puede salir por la tele un asesinato en directo o en diferido que no se nos enfría la sopa.

Entonces, ¿por qué se enfadaba tanto la gente? La respuesta creo que está en las dotes de provocador de Carles Santos. El fue el primero que, en cuanto entró una de sus Lisístratas en escena montada en una moto, gritó y salió de la orchestra hecho una furia. Digamos que fue él el que abrió la veda para su propia caza. La gente que gritaba contra la obra estaba siendo dirigida por el propio director de la obra.

De todas las posibles lecturas de Lisístrata, Carles Santos no ha optado por la más cómica, que quizá es la que más conecta con el público, sino que decidió dar una versión transgresora, en que se ponen en evidencia la musicalidad y una estética futurista, yo diría postbélica, en la que la guerra de sexos se confunde.

Ya nos hemos encontrado con otras lecturas de esta obra. La hemos visto en cine, en cómic, con ambiente gay, actualizada. Es un clásico, ya vemos, porque lo resiste todo. Quizá la aportación más importante que haya en esta versión sea la recuperación de la transgresión: nos hemos visto obligados a participar en la obra, a tomar partido, a vernos reflejados, a purificarnos, en suma. Es la catarsis. Es volver al sentido primero del teatro. Y esto es lo que ha hecho Carles Santos. ¡Enhorabuena!