El turismo tiene una enorme, casi infinita, capacidad de absorción. Puede convertir cualquier cosa, desde la antigua inseguridad ciudadana en el barrio neoyorquino de Harlem hasta la extrema pobreza en algunos distritos peruanos, en parte de la experiencia de visitar lo hasta entonces desconocido. Ahora, en Canarias, los turistas han encontrado un nuevo incentivo, más allá del sol, las playas, la gastronomía o los campos de golf: la llegada masiva de embarcaciones que transportan a inmigrantes subsaharianos agotados tras una travesía marítima --salida de Senegal y llegada a las islas-- de unos nueve días de media.

Decenas de visitantes, en su mayoría británicos y alemanes, se fotografiaban ayer en el puerto de Los Cristianos, en la isla de Tenerife, frente a un cayuco que había llegado la noche anterior. Los Cristianos es uno de los múltiples enclaves turísticos tinerfeños, con sus karaokes, sus bares donde todos los letreros aparecen en inglés, sus escuelas de buceo e incluso su palacio de congresos con columnatas que imitan a las del antiguo Egipto, pero no es solo eso: también supone la primera parada en suelo español de buena parte de los 1.150 sin papeles que han llegado al archipiélago desde el pasado viernes. Era cuestión de tiempo que los integrantes del primer colectivo se sintieran atraídos por los del segundo. Ambos comparten este puerto y ambos llegan hasta aquí en la misma época del año: cuando las condiciones meteorológicas son óptimas y el mar está tranquilo, lo que permite bañarse plácidamente a unos y tratar de salir de la miseria a otros.

JORNADAS DE 26 HORAS "Esto a veces parece un circo", aseguró ayer un guardia civil con el hombro apoyado en Trío Palma, una de las patrulleras de las que dispone este cuerpo para vigilar la entrada de embarcaciones de inmigrantes indocumentados. El agente, que tenía los ojos inyectados en sangre tras una jornada de trabajo de 26 horas y pidió que su nombre no apareciese publicado, dijo que la noche anterior, a eso de las once, cuando llegó un cayuco con 120 subsaharianos a bordo --entre los que se contaban al menos tres menores de edad--, la que se formó fue "de verdad, impresionante".

Allí, en el muelle, estaban los de siempre: miembros de la Guardia Civil, de Salvamento Marítimo, de la Cruz Roja y varios periodistas. Pero también, y eso era algo relativamente nuevo para este agente que lleva 10 años luchando contra la inmigración ilegal, turistas que salieron de los hoteles, bares, restaurantes o discotecas del lugar y se acercaron, cámara en mano, para ver cómo los sin papeles salían de una embarcación hecha de madera y pintada con vivos colores. Ayer, con la llegada del hasta ahora último cayuco --98 inmigrantes, nada menos que 10 de ellos menores-- ocurrió lo mismo. Y eso que apenas eran las 7.30 de la mañana.

UN INCENTIVO MAS "No hemos venido hasta aquí para ver a estas pobres personas", explicó una jubilada inglesa, Madeleine Downs, acompañada por una decena de amigos y familiares. "Hemos venido para disfrutar de las Canarias y desconectar un poco Pero eso no significa que no nos atraiga este fenómeno y queramos fotografiarlo e interesarnos por él. Eso sí, quiero que esto quede muy claro, miramos a estos subsaharianos con compasión, no como si formaran parte de un parque temático".

Downs ha venido en el momento idóneo para observar el fenómeno. Más de un tercio de los 3.012 sin papeles llegados este año a Canarias --en el 2006 ya habían arribado 9.239 a estas alturas-- lo han hecho en las últimas cinco jornadas. La inmensa mayoría eran de origen subsahariano, pero también ha habido algo más de 100 magrebíes, lo que ha hecho saltar las alarmas sobre la hasta ahora calmada ruta entre Marruecos y el archipiélago. Han sido días de inmenso desgaste para los efectivos de la Guardia Civil y Salvamento Marítimo, pues las islas no disponen de los medios idóneos para localizar las embarcaciones hasta que estas no están prácticamente en sus costas.

"Esto va a ir a peor", vaticinó el guardia civil.