TLtas situaciones difíciles hacen que salga a la luz lo malo que llevamos dentro. Cuantas veces hemos leído libros y visto películas basadas en esto. El hombre que se vuelve lobo cuando se siente vulnerable y, cuando el entorno en el que transcurre su vida se convierte en pegajoso hilo de seda que le atrapa, y ve como se acerca el monstruo para engullirlo.

En ese momento todo es posible.

La difícil situación en que nos encontramos ha tejido una tela de araña en la que los trabajadores caen como moscas desorientadas. La red se tensa y la fiera, sensible a las vibraciones que el colectivo temblor provoca, se acerca. Es más fácil desprenderse de la trampa pisoteando a los otros atrapados, hasta hace poco compañeros de vuelo; pisar, morder y utilizarlos de plataforma sobre la que subirse para de nuevo agitar las alas y escapar del peligro.

Ya libres y sin volver la vista atrás. Allí quedan los otros en la red, aplastados por los que huyeron, viendo llegar al monstruo sin posibilidad de escapar. Fueron los compañeros de viaje que se convirtieron en lobos.

Ahora, cuando apenas habíamos comenzado a romper las mujeres los techos de cristal que nos impedían elevar la altura de nuestro vuelo, es cuando la tela tejida por el monstruo nos atrapa. Ahí estamos, haciendo vibrar los hilos de la trampa como campana que llama al festín.

Somos de nuevo las mujeres las que mayoritariamente servimos de alimento en una sociedad que ha sacado su machista instinto depredador. Mujeres al desempleo. La pátina progresista que la prosperidad nos permitió exhibir haciéndonos pensar que avanzábamos en la igualdad, aún fresca y sin fijación, está siendo deteriorada por la seda que nos mantiene atrapadas en la red en espera del monstruo a cuya merced nos dejaron los lobos acuciados por el miedo.