Charles Darwin, el científico que desterró el papel divino en la creación del hombre, fue un revolucionario a la fuerza. Consciente de la conmoción y trascendencia de su descubrimiento, Darwin se resistió durante dos décadas a dar a conocer sus controvertidos hallazgos. Durante ese tiempo, solo un puñado de amigos estuvo al corriente de su tesis sobre la evolución y selección natural de las especies. "Era como confesar un crimen", declararía el naturalista, cuya teoría, bien probada, sigue siendo objeto de una polémica, atizada por los creacionistas. La exposición que se acaba de inaugurar en Museo de Ciencias Naturales de Londres ofrece, hasta Abril, un recorrido bien documentado de la vida y la obra Darwin justo cuando se cumplen 200 años de su nacimiento.

Hijo de un doctor, el joven estudiante había pasado por la facultad de medicina de la Universidad de Edimburgo y por la de teología de Cambridge. El investigador, cuyos trabajos le crearían serios conflictos religiosos, iba entonces para clérigo, pero un viaje cambió su vida y el curso de la ciencia. En un viaje hizo unas anotaciones, la base posterior de su teoría de las especies. Moriría cubierto de honores, como muestra el que, a pesar de su agnosticismo, su funeral se celebró en Westminster.