TMti tío abuelo tenía una taberna y sobre la barra una jaula y en la jaula un loro al que llamaban Azaña . Algún gracioso le enseñó a recitar "con el cetro de los borbones me afilo yo los espolones", lo cual determinó su destino, y en cierto modo el de toda la familia. El pareado tuvo su gracia mientras duró la República, pero en cuanto estalló la guerra civil les faltó tiempo a los nacionales para presentarse una noche en la taberna y confiscar al loro para darle el paseo. Entre la familia corren varias teorías respecto a cómo consiguió salvarse. El caso es que regresó a la taberna hecho un ecce homo, con una cruz gamada tatuada en un ala, la voz llorona y pocas ganas de cachondeo. Mi tía abuela lo metió en un dobladillo y allí vivió de tapado varios años hasta que las cosas se calmaron. Algunas veces el loro hizo amago de recuperar el humor, pero entre unos y otros le aplacaban el ánimo al grito de "calla, bobo, que por hablar tonterías casi nos buscas la ruina". Es sabido que los loros viven cien años, de modo que no se extrañen si les digo que aún vive en casa de mi primo, medio ciego y regruñón, despiojándose el pecho con la parsimonia de un buda de colorines. Llevaba sin hablar toda una vida; tanto, que mis hijos creían que las cosas que se contaban de él eran cosas de la imaginación, como la niña de Rajoy . Hasta que esta semana me ha dicho mi primo que estaban dando por la tele un discurso de Roucco Varela cuando de pronto el loro se puso a gritar como un endemoniado: "calla, bobo, que tus tonterías nos buscan la ruina". Eso al menos cuenta mi primo y yo le creo, porque estos bichos son un pedazo de selva, y ya se sabe que a la naturaleza la carga el diablo.