Han pasado más de 50 años, pero el guerrero xavante Francisco Tsipé sigue sin poder contener las lágrimas cuando recuerda el día en que fue deportado de la aldea junto a las otras 262 personas de su comunidad. "Era el 15 de agosto de 1966. El avión militar llegó y nos hicieron subir. No sabíamos adónde íbamos porque no entendíamos portugués. Las mujeres y los ancianos lloraban", explica este hombre de más de 90 años.

La historia de los xavantes de Marãiwatsédé, cuyas tierras se extienden por el este del estado brasileño de Mato Grosso, sintetiza los desafíos para los indígenas que suponen los planes desarrollistas acometidos en la Amazonia durante el último medio siglo. Una amenaza renovada con Jair Bolsonaro al frente de Brasil.

Aquel agosto de 1966, cuando acababan de ser contactados por el hombre blanco, los xavantes fueron desterrados a la fuerza de sus tierras. Un influyente empresario y constructor, Ariosto da Riva, había comprado a precio de saldo 670.000 hectáreas al estado de Mato Grosso para crear un enorme latifundio bovino. El problema es que dentro del área estaban las aldeas de los xavantes, quienes se negaban a ser expulsados.

Un destino fatídico

Para permitir que Riva pudiese deforestar y quemar la selva para plantar pasto, la dictadura militar brasileña envió un avión en el que los xavantes fueron forzados a embarcar semidesnudos y hacinados. La aeronave los llevó a una base salesiana situada a 400 kilómetros de allí en la que los indígenas se depararían con un destino todavía más fatídico.

El centro religioso acababa de pasar por un brote de sarampión. Sin ser vacunados previamente, los xavantes sufrieron una epidemia de la enfermedad. Un total de 83 indios -un tercio del clan- falleció por el virus en apenas tres meses.

Aunque hoy pueda parecer insensato, el régimen castrense brasileño (1964-1985) donó enormes extensiones de la Amazonia a empresas de todo tipo -bancos, aerolíneas, industrias pesadas- con el objetivo de llevar el capitalismo al corazón de la selva. No lejos de las tierras xavantes, por ejemplo, Volkswagen obtuvo 140.000 hectáreas de jungla en 1973 para deforestarla e implantar una granja bovina "copiando el modelo alemán", que acabó siendo un rotundo fracaso. Las víctimas de este tipo de experimentos económicos fueron, por un lado, el medioambiente y, por otro, decenas de etnias que se vieron asediadas.

La resistencia emerge de un niño de 6 años

Los xavantes de Marãiwatsédé probablemente habrían desaparecido como clan si no fuera por su cacique, Damiao Paridzané, quien tenía apenas seis años cuando se produjo la deportación.

A partir de 1980, este aguerrido líder comenzó a tejer alianzas con otros clanes y con organizaciones no gubernamentales, así como a movilizar a la prensa y a los gobiernos de turno, para conseguir lo que parecía imposible: recuperar el territorio ancestral.

En 1998, el Gobierno brasileño, presionado internacionalmente, demarcó para uso exclusivo de los xavantes la reserva Marãiwatsédé, de 165.000 hectáreas, en la región de la que fueron deportados. Aquella decisión sería apenas el inicio de una batalla jurídica que, durante década y media, opuso a los indios y a la élite rural y política del estado de Mato Grosso, granero de Brasil y donde se considera "absurdo" que los indígenas brasileños controlen el 13% del territorio nacional por medio de sus reservas. "¿Para qué tanta tierra si no producen nada?", dicen los grandes terratenientes.

Recuperar la naturaleza

En enero del 2013, 47 años después de ser expulsados, los xavantes volvieron a sus tierras tras ordenar el Tribunal Supremo de Brasil que los indios eran los legítimos ocupantes. Pero Marãiwatsédé -"selva alta", en idioma xavante- ya no hacía honor a su significado: el 80% de la vegetación había sido devastada por los 4.000 blancos que allí vivían.

"Estoy feliz por haber conseguido volver. Ahora debemos poblar toda la reserva para ocupar el territorio y evitar invasiones. También recuperaremos la naturaleza", explica el cacique Damiao, hoy sexagenario.

Unas 800 personas repartidas en cuatro aldeas viven actualmente en una tierra equivalente a 165.000 campos de fútbol circundada por campos de soja y dehesas. Es un área extensa, pero, sin selva, no genera la caza y la pesca suficientes para alimentar a la población. Por eso los indios dependen de los programas sociales para sobrevivir. Como muchos otros grupos indígenas amazónicos, ello ha provocado cambios radicales en la dieta y han aparecido la obesidad, la diabetes y el alcoholismo.

No es el único desafío. Desde el 2014 ha habido varios intentos de invasión. Marãiwatsédé fue este verano una de las reservas indígenas más afectadas por los incendios criminales. "Estamos preparados para la guerra si alguien entra aquí para volver a expulsarnos", advierte Damiao.

Casaldáliga, amenazado de muerte

Antes de que la presidenta Dilma Rousseff diera en el 2012 la orden de cumplir la sentencia judicial para expulsar a los ocupantes de Marãiwatsédé, el religioso español Pere Casaldàliga y el cacique Damiao tuvieron que ser escoltados día y noche por la policía.

"Las fuerzas de seguridad detectaron que había un plan para asesinar al cacique y a Casaldàliga, defensor histórico de la causa xavante", explica a El Periódico Paulo Maldos, quien participó de toda la operación como miembro de la Secretaría General de la Presidencia. "Damiao tuvo que recibir protección en sus desplazamientos, y Casaldàliga fue retirado por dos meses de su residencia", señala.

Oriundo de Balsareny, Casaldàliga lleva más de medio siglo viviendo en la Amazonia brasileña para luchar por los derechos de los campesinos sin tierra y las etnias indígenas que sufren por la violencia y la codicia de los especuladores de tierra.