TMti madre dice que soy comunista y yo ando un poco preocupado. No tanto por mis hipotéticas tendencias marxista-leninistas cuanto por el desdoro que puede suponer para un buen comunista el contar entre sus filas con un tipo tan revisionista y escéptico. No sé a qué se debe la aseveración temeraria de mi madre. Me la soltó la otra mañana: "Yo, tan como se debe de ser y vosotros cada uno con un aire, incluido tú, que has salido comunista". Pegué un respingo porque eso de ser comunista todavía impone y se sigue asociando con el diablo. Lo utilizaba Aznar para descalificar de un plumazo a la oposición y lo utiliza mi madre con no sé qué intenciones, pero empiezo a ver en peligro la media fanega de mi herencia en Ceclavín.

En mi casa, como en todas las casas decentes, no se habla nunca de política. Recuerdo que en 1979 discutí con mi padre a raíz de las primeras elecciones municipales. Se montó una zapatiesta un tanto agria y desde entonces, hace 26 años, lo más políticamente radical que se ha dicho en casa ha sido que las chaquetillas cortas de cuero que usa Ana Botella no son tan monas como se dice por ahí. Dispuesto a pelear por mi media fanega, le he contado a mi madre que me llevo bien con el deán, que los cofrades me invitan a sus mesas redondas, que subo cada día a la Montaña y que las chaquetillas cortas de la Botella, e incluso sus blusas de cuello subido, me parecen superfashion . Pobres comunistas: son la auténtica reserva espiritual y soñadora de Occidente y yo renegando de ellos por media fanega de canchales.