Hace dos meses que te marchaste. Ya dos meses y no ha habido un solo día en que no te hayamos recordado y echado de menos. Todo me recuerda a ti. En casa, en el parque, en los bancos donde te sentabas, en la Iglesia donde ya no ibas por las limitaciones de tu enfermedad. Sólo has desaparecido físicamente, porque te sentimos a todas horas con nosotros, dándonos consejos, orientándonos. No te gusta que estemos apenados, deseas que estemos alegres, que nos cuidemos, pero ¿Cómo se hace eso? Sabemos que todos tenemos que partir alguna vez. Por fortuna no sabemos ni cuándo ni cómo se van a ir nuestros seres queridos. Es verdad que es un viaje que tenemos que emprender: solos, no necesitamos ni dinero, ni equipaje... ni nada. Partimos a no se sabe dónde y para siempre... con el único aval de nuestra vida pasada y de nuestros actos... sin saber ante quién hemos de rendir cuentas, si es que hay algo más allá de nuestra incierta vida... Me gustaría tener esa fe ciega que tiene la mayoría de la gente... La tengo, pero el dolor por tu pérdida ha sido como un pavoroso terremoto que ha hecho tambalear los cimientos más sólidos de nuestras creencias y principios... A medida que empieza a remitir, contemplas los destrozos y empiezas a recomponer lo poco que ha quedado en pie... Tratamos de seguir tus consejos, porque queremos que descanses en paz en ese nuevo sitio donde te encuentras, pero has de saber, que nunca vamos a olvidarte ni a dejarte de querer y que vas a ser nuestro norte y guía y que porque tú lo deseas intentamos estar alegres y seguir viviendo.

Te queremos.

Manuela García Plata