Veinte años de condena. Santiago Mainar se dirigió aquella tarde a la Val de San Juan y cogió la escopeta. La cargó con un cartucho de nueve postas y ya de noche se fue caminando por la carretera a Majones, escogió un lugar y bloqueó el paso con una hilera de piedras. Sobre las 10, pasó por allí el alcalde de Fago, Miguel Grima, quien bajó del coche a mover las piedras. Mainar salió de su escondite y disparó al alcalde.

Así, según los magistrados de la Audiencia Provincial de Huesca, ocurrieron las cosas la noche del 12 de enero del 2007, cuando el pequeño pueblo del Pirineo aragonés perdió la inocencia y el anonimato. El tribunal condenó ayer al guardia forestal de 54 años --el único imputado-- a 20 de prisión por asesinato, atentado a la autoridad y tenencia ilícita de armas. La resolución cerró uno de los episodios más morbosos, mediáticos y apasionantes de la historia criminal española. Fago, sus veintitantos habitantes, pueden empezar a olvidar.

Los magistrados consideran irrefutable el detallado relato de confesión de Mainar el día de su detención y "el hallazgo de restos biológicos" del acusado en el coche de la víctima. El tribunal no cree ni que Mainar hubiera pactado la confesión con la Guardia Civil ni que la hubiera hecho para librar al pueblo de la presión de la investigación, como afirmaba la defensa.

EL TESTIGO INCOMODO Los magistrados han restado credibilidad al único testigo cuyo testimonio lo exculpaba, el médico vasco Ignacio Bidegaín, que pasó por el lugar, vio al asesino, habló con él y no reconoció al acusado. El tribunal estima que no había suficiente luz, y además Mainar llevaba una linterna frontal que probablemente deslumbró al testigo. Dicho todo esto, ¿por qué lo mató? Porque Grima, su viejo amigo, se había convertido, en su cabeza, en una persona despreciable. Y ya está.