THtay una voz invisible y dormida. ¿La escuchas? Estás de veraneo, disfrutando entre el gintonic y la música del Koala en el último CaribeMix. Pero se te cuela en los oídos. Es desagradable. Está más cerca de lo que crees. Es un lamento quejumbroso y terrible, de miles de muertos al unísono. Tratas de hacer como que no lo has oído. Pero te persigue como espectros en la noche. La voz de los invisibles es así. Apagaste el televisor y la radio. Estás disfrutando de tu pescaito frito, del tinto de verano, del rumor de las olas. Pero al final, cuando chocan contra las piedras del malecón, el fragor se convierte en quejido intenso y misterioso.

Son ellos. Son los lamentos de los muertos en las guerras de Irak, de Israel, de Africa, de los desaparecidos por las hambrunas, de los sepultados por una ola en alguna isla del Pacífico. ¿Creías que ibas a poder refugiarte de su recuerdo? No. Están ahí preguntándote el porqué de tu silencio cobarde y cómplice.

Estás de vacaciones, pero el dolor no duerme nunca. Los afectados por los desastres son reales. Ya hiciste alguna farisea donación a una ONG, pero da igual. Ese rumor te recuerda que tu felicidad es prestada, que tu bienestar se hace a costa de los muertos, de los miles afectados por los desastres. Y tú estás ahí, insomne, en el chiringuito de turno, copa en mano, sin dar valor a tanto como tienes. Sólo que a veces la voz de los invisibles sube desde el océano a recordarte tu suerte comprada con dinero ensangrentado. Refrán: Es realmente imposible dar la espalda a la voz de los invisibles.