TEtl otro día, en Salamanca, pasé por el restaurante El Candil y me acordé de Manoli, la hija del dueño, o al menos eso era allá por el año 1970, cuando veraneábamos los dos en Candelario. Una tarde, estaba charlando con ella a la puerta de casa cuando mi madre me llamó a su habitación. Acudí con cierto reparo pues pensaba que me iba a regañar por ligar o algo así. Pero no, mi madre se puso muy seria, empezó a emocionarse y acabó explicándome el misterio de la reproducción humana. Lógicamente, no he olvidado nunca a Manoli, pero no por su atractivo, sino porque la relaciono con la primera revelación del gran secreto de la vida.

Más tarde, la experiencia, las mujeres y el fracaso me mostraron otras verdades y otros empeños como el amor, la igualdad, el rigor, la solidaridad... También aprendí las esencias de las ideologías. Supe así que los sindicalistas se sacrificaban por los trabajadores, que la izquierda pugnaba por desvelar las verdades ocultas del entramado social, que la derecha estaba formada por gente de orden. Sin embargo, la semana pasada, en el Parlamento extremeño, mis creencias políticas se tambalearon. Un señor de IU acusó a los sindicalistas de serlo para librarse del trabajo. Un señor del PSOE acusó a un parlamentario de izquierdas de dejar a sus enfermos abandonados para ir al parlamento y los señores de orden de la derecha promovieron el mayor desorden posible. Es natural, en fin, que me azore la política y prefiera aferrarme a las verdades inmutables de mi madre, a la belleza perpetua de Manoli.