TPtasamos por aquí hace los quirios, cuando fuimos a los Picos Andrés, Antonio y servidor ¡Hace tanto ya! ¿No queríamos rectas del Camino y campos de cereal? Pues más de lo mismo en una infinitud asombrosa. Empezamos la andanza en Bercianos del Camino, para quitarle diez kilómetros a la paliza, e hicimos veinticuatro hasta Mansilla ¡Otra vez las barbas del Profeta! Qué modo hostil de azotarnos el viento de la paramera. Todo el Camino con un ventarrón de frente molesto y pertinaz. Ni siquiera hemos oído hoy el entrañable tableteo y reclamo del pajarito de los campos de cereal. No había más vida en esas soledades que la de alguna esporádica cogujada y muy de vez en vez el paso de la graja, el cuervo o la corneja.

A una legua larga llegamos a El Burgo Ranero, un pueblito del que habíamos oído hablar cuando planeábamos estas jornadas. Yo me he quedado prendido de esa espaciosa calle entre dos filas de estupendas casas rurales, un par de barcitos para los peregrinos y toda la soledad y el silencio del mundo. "Aquí la vida es serena y tranquila, interrumpida no más que por el eco de los pasos peregrinos y algunas conversaciones" nos dijo un señor que salió a desearnos el "Buen Camino". Me comió la envidia. Lo mejor de la jornada, esa calle magnífica de El Burgo Ranero.

En el barcito, o tienda, donde repusimos ánimo con un café, nos retratamos todos juntos con una peregrina solitaria, que estaba allí a lo mismo que nosotros. Era nada menos que australiana. Qué gente tan admirable.

En Mansilla, la plaza del Grano y la muralla, y luego el Postigo, ese callejón antiguo que da al soto verde, par del río Esla: un vergel precioso de gratísimo recuerdo. Una anotación al pairo: en el Camino, más extranjeros que nacionales. Nunca nos daremos cuenta de lo que tenemos.