Manzanares y Ginés Marín salieron ayer a hombros ante una corrida de Zalduendo que, aunque con matices, resultó bastante manejable. Esos matices tuvieron que ver con la acusada mansedumbre del primer toro, mal pesentado, y el punto de genio del sexto, que dio con un Ginés Marín que ha entrado en la madurez y solventó los problemas con mucha suficiencia, especialmente el que se le metía para dentro el animal, y así mejorar sus condiciones.

Mas el acontecimiento tiene nombre propio, y es el de Morante de la Puebla. Lo que ayer hizo el torero sevillano en un ruedo tan cargado de historia como el placentino, pasará precisamente a ella.

La lidia que Morante dio al cuarto toro de la tarde fue, sencillamente, sublime de principio a fin. Desde que se arrancó con un sorpresivo farol con el capote, para seguir recordando a Antonio Ordóñez en lances a la verónica rodilla en tierra. Continuó a la verónica, a cámara lenta, embraguetado, asentado, los riñones metidos, el mentón en el pecho. Aún mejor el quite por el lance fundamental del toro de capote que es la verónica. Morante en toda su expresión.

Buen tranco del animal en banderillas, Morante brindó al público, y a partir de ahí es muy difícil describir a lo que incrédulos íbamos asintiendo. Una faena de inmensa torería, de deslumbrante belleza, de una pureza singular y una emotividad insuperable.

En el toreo fundamental en redondo parecía que Morante paraba el tiempo por lo lento que toreaba, por cómo componía y por cómo se iba con el animal. Remates de muy cara torería, el molinete tan personal y el cambio de mano, y los desplantes. Este artista andaba al toro como decían que lo hacía Domingo Ortega, con armonía, respetándolo y engrandeciéndolo. Llegó el cartucho de pescado y los molinetes rodilla en tierra. Todo un recital de toreo magnífico, rematado con una estocada en toda la yema, y un presidente que de forma incomprensible negó la segunda oreja. Pero qué más daba si Morante había parado el tiempo.

Antes sorteó el sevillano el manso anteriormente descrito, que no le dio ninguna opción.

Ginés Marín también dio una gran tarde de toros. Lució una madurez que ya es palpable, su buen toreo de capote y un concepto del toreo en el que la pureza, que es dar ventajas al toro, y la belleza, le hacen ser, más que una esperanza, una espléndida realidad.

Enseñaba las puntitas el tercero, un astado proporcionado y bonito, al que Gines toreó con primor a la verónica, con la plasticidad y belleza que es consustancial a este gran capotero. Manos bajas, le ganaba terreno hacia los medios para rematar con chicuelina y revolera.

Toro que tenía buen tranco en banderillas y ante el que el torero comenzó la faena por alto, solemne, pies juntos. Pronto le dio sitio y le adelantó la muleta. Se lo traía el oliventino y lo llevaba más en línea. Series muy ligadas con la derecha, bien rematadas. Daba tiempos entre tanda y tanda y el burel tenía respiros y mostraba fijeza. Cambios de mano por la espalda para seguir al natural, y dos series también con la zurda. Faena que no decayó y remató con una gran estocada. Dos orejas.

El sexto no daba facilidades pero se pudo ver cómo un torero puede, con su muleta y su valor, mejorar las condiciones de los toros. Faena esa intensa, ligada, profunda, aguantando el reponer y el colarse en ocasiones. Gran estocada otra vez y oreja.

José María Manzanares tuvo el mejor lote, dos toros de acusada nobleza. Toreó a ambos con plasticidad con el capote y a los dos los toreó en redondo ligando las series. Empaque del toreo alicantino pero también a veces falta de ajuste. Suavidad en el manejo de las telas, rotundidad en los pases de pecho, y el público con el. Tres orejas.