La imagen de una época gris ocupó mi mente. A los más lejanos países estaban llegando titulares sobre el gasto realizado por el gobierno extremeño para enseñar a masturbarse a los adolescentes. Era la corriente más reaccionaria y peligrosa que había puesto su maquinaria en marcha, intentando arrasar con todo. Pesados bulldogs del pensamiento único avanzando ciegos, imperturbables, con el objetivo de derribar lo que poco a poco se ha ido construyendo; un edificio cimentado sobre los conceptos de unos tiempos nuevos. Si durante la mañana lo que leía en internet me retrotrajo a una infancia y una adolescencia de oscuridad y pecado, el colmo, ya por la noche, fueron las gracietas sin gracia de los programas de entretenimiento de televisión; espacios con pretensiones de progresismo que, con el chiste fácil y vulgar, se hicieron cómplices de los medios más retrógrados. Eso, sin duda, debe ser la modernidad.

Me encuentro al margen de unos y otros. De los reaccionarios anclados en la España de hace cuarenta o cincuenta años, y de los que confunden vanguardia con chabacanería. Ni lo encuentro gracioso como quieren hacer ver esas pretendidas estrellas de la comunicación televisiva, ni me rasgo las vestiduras como quieren que hagamos los manipuladores del pensamiento social. Unos y otros tienen menos edad mental que los adolescentes a los que la campaña va dirigida.

El punto culminante --por ahora-- de los despropósitos se ha alcanzado cuando una organización denuncia a los responsables de corrupción de menores. Ellos, el llamado sindicato de Manos Limpias, constituyen una pieza más de la oscura maquinaria.

Supongo que están contentos, pensando que, esta vez, el hueso que han mordido tiene carne de la que poder alimentarse. Espero que no. Que entre todos pongamos freno a esas limpias manos que ensucian al tocar.