Una desastrosa calma reina en San Pedro del Pinatar, uno de los núcleos turísticos del murciano Mar Menor: pescadores en tierra, chiringuitos medio vacíos y una inacabable cinta de la policía local que ha mantenido cerradas varias de sus playas más concurridas.

El pasado día 12 aparecieron miles de peces muertos en la orilla de los arenales de la pedanía de Lo Pagán. Un primer balance cifró en tres toneladas la moribunda captura, pero el goteo ha continuado. En un apartado contenedor en la playa de Villananitos, el jueves aún podían verse varios kilos de peces, anguilas y cangrejos muertos.

Aquel día, a Juana Serrano le extrañó ver tantas gaviotas cuando llegó al quiosco Rocío, que regenta en la misma arena. «Me fui a comprar, tardaría una hora y, cuando volví, el mar parecía que estaba hirviendo. Nos acercamos a la orilla y vimos que eran los peces que se estaban ahogando», recuerda.

La explicación oficial que seha dado es que la entrada de una gran bolsa de agua dulce por la reciente gota fría redujo la salinidad general de la laguna y no dejó que el oxígeno llegara a la capa inferior.

BARCOS AMARRADOS / Pero Antonio López no cree que fuera una resaca de la DANA. Es pescador y lleva días con sus barcos amarrados. Mientras repara sus redes («para guardarlas no sé hasta cuando»), apunta a que hubo un vertido incontrolado.

«Han pasado un mes y unos días de las tormentas; no puede tener relación. Además, ¿por qué solo en esta esquina? No lo podemos demostrar, pero lo tenemos casi claro. Aquella madrugada había una peste enorme a depuradora, a aguas fecales, y horas después apareció eso», desliza.

Para él y para las más de cien familias que viven de la pesca en el Mar Menor asegura que es «un desastre» de efectos inmediatos. «Tras esa imagen la gente es reacia a comprar pescado de aquí. Si salimos a faenar, ¿a quién se lo vendemos? Hay clientes grandes como Mercadona que ya han dicho que no quieren», afirma.

Para Juana Serrano es un pésimo final de campaña, pues en septiembre y octubre el quiosco vive de las 40 hamacas que ahora están aburridas en la arena. Aunque apunta que «el tema viene de lejos», que en verano notó un bajón del 30% y que lo peor puede estar por llegar. «Con esta imagen, ¿quién va a hacer una reserva?», se pregunta con lamento.

Unos metros más allá, Rocío Fernández toma el sol sentada con su silla de playa en el paseo. Es de San Sebastián, tiene una casa aquí y lleva más de 30 años viniendo. «En esta época del año solía estar lleno de gente como yo, del norte, pero ya no vienen. Y la gente no lo hará», augura. Lo cree porque sus propios hijos ya no la quieren acompañar.

«Desde hace un tiempo el fondo del mar está todo lleno de yerbajos y con fango», afirma. Ella al agua ni se acerca; al sol sí: «Me lo ha dicho el médico».

Serrano confirma que este verano los socorristas han tenido trabajo extra, algo poco habitual en estas aguas tranquilas y poco profundas. «Han tenido que sacar a bastante gente mayor no porque se ahogaran, sino porque se habían quedado atrapados en el fango», recuerda.

Pepe Ferrando vive en Cartagena, pero tiene una casa en La Manga desde hace décadas y afirma que desde hace tres años la situación se ha agravado drásticamente. «Lo primero que se nota es la turbidez del agua, y ya solo eso da mucha inseguridad. A mí no me apetece meter a mi hija pequeña», reconoce.

EL CAMPO, EN EL PUNTO DE MIRA/ La quietud en las playas contrasta con el movimiento un poco más adentro. Decenas de furgonetas mueven a cuadrillas de recolectores de unos campos a otros y llevan a obreros a los nuevos complejos que se están construyendo en la zona. Las grúas han vuelto, si es que alguna vez se fueron.

Ferrando, que es ingeniero de montes y tiene un máster en hidráulica, apunta que hay «una amalgama de agentes» en el progresivo deterioro del agua, pero destaca los efectos de la reconversión en regadío de los cultivos. De ahí viene la sobreexplotación del acuífero del Campo de Cartagena cuando, como es habitual, no llega agua del trasvase del Tajo. A ello se añade la salmuera y los nitratos que llegan al Mar Menor por vertidos incontrolados por ramblas como la de Albujón y que hacen desbocarse las algas hasta que consumen buena parte del oxígeno que necesitan los peces.

CASAS E INDUSTRIA / Santiago Blaya es un agricultor de la zona y admite que «la agricultura es parte del problema, pero como también lo es el sector inmobiliario, la industria, las ampliaciones de los pueblos y sus alcantarillados». «Hay por ejemplo entre dos y tres mil amarres ilegales y grandes urbanizaciones que sacan agua del acuífero para su abastecimiento o para regar los campos de golf. Si solo lo focalizamos en una parte del problema, no se solucionará», advierte.

Y lanza un último aviso: «Eso de ‘cambia tu modelo productivo’ se aguanta muy bien en la teoría, pero luego es muy difícil de llevar a cabo, y si el resto no se cambia tampoco servirá», reflexiona.