TSti no creemos en el inmenso poder de la educación, nada tiene sentido. Para qué el sistema educativo, por qué adoptar un hijo, cómo prevenir en vez de curar, de qué forma convencer a alguien de que hay más opciones que estrellarse un sábado por la noche a doscientos por hora. Si pensamos que todo está en los genes, que nacemos predeterminados ya para la bondad o el crimen, todo está perdido. Los gestos más cotidianos, las campañas de prevención, la sociedad entera, para qué servirían. Menos mal que cada vez más gente está convencida de que las cosas pueden cambiarse, de que no hay que tirar la toalla nunca. Con la palabra, el afecto, la constancia, la voluntad y hasta la disciplina, o sea, educando, se llega mucho más lejos que si se abandona. Por eso hay que aplaudir la iniciativa del Plan de fomento de la lectura de llevar los libros y los escritores al centro de menores Marcelo Nessi. Allí un grupo de adolescentes participa en un club de lectura. No es una utopía. Yo he estado allí, con el coordinador Sánchez Paulete , con las cuidadoras, con los vigilantes, pero sobre todo, con los lectores. Y estos se portaron como en cualquier instituto: unos atendieron y preguntaron, otros, pasaron del tema, o sea, alumnos al fin y al cabo. Aunque su vida no debe de ser muy agradable, durante esa hora, fueron simplemente lectores. No eran muchos, pero sí los suficientes, los justos para entender que la literatura sirve para conocer extraños compañeros de viaje, realidades diferentes al mundo en el que vivimos atrincherados. Un libro no es más que un puente y la educación, el camino. Cada vez estoy más convencida.