TDticen que si abril lluvioso, harán un mayo florido y hermoso. Eso dicen, ya veremos. Esta mañana soplaba algún vientecillo de poniente; eso sí, la mañana azul y luciente, pero el céfiro, frío como hoja de carámbano. De todos modos, el plan de marcha senderista, propicio y agradable.

Hemos salido a la caminata una media legua por los arcenes de la carretera de Malpartida y después del cruce con la autovía A-66, por aquel collado de Los Arenales, hemos cogido el carril de terrazguero que continúa casi paralelo a la 521 y hemos llegado al polígono industrial. Luego hemos torcido a la izquierda, hacia Los Barruecos, y hemos emprendido finalmente el camino de regreso por el cordel antiguo, hasta aledaños de La Enjarada, y al cabo, las traseras de Aldea Moret y el arrabal del Junquillo.

Algún caminante, pocos; la mar de ciclistas que saludan cordiales y por doquier las indolentes vacas que nos miraban con sus ojos mortecinos y extrañados.

Hay agua abundante en los charqueros y bajíos de los valles y el verde de la inmediata primavera ya pugna por dar algún tono diverso que rompa el monocromatismo de cercados y abertales.

Caminamos seis leguas más o menos y recompusimos la fatiga, y la gazuza, en el bar de Vecinos de los Castellanos, donde saludamos a Pilar Galán, nuestra vecina de los jueves, en los que nos deleita con su prosa maestra y sus lúcidos puntos de vista.

Por la tarde, tras el cansancio y el descanso, damos por buena la caminata. A falta de caza, buenas son tortas. Penitencia de la veda.