TEtl pasado miércoles este diario preguntaba a sus lectores si el matrimonio homosexual es un retroceso en los derechos humanos. Teniendo en cuenta que en 2007 fueron asesinadas 74 mujeres por sus parejas o exparejas, habría que revertir los términos de la pregunta y reflexionar hasta qué punto no será un retroceso el matrimonio heterosexual en los derechos humanos.

Puede que una relación entre dos hombres o dos mujeres no suscite melifluos temas musicales del dúo Pimpinela o novelas de la calidad literaria de Madame Bovary (es como si existiera una ley no escrita de que en los tríos amorosos, por vergüenza torera, nunca ha de faltar un miembro de sexo opuesto), pero hasta la fecha, que yo sepa, tampoco llena de contenido programas de crónica negra como España Directo .

Tal como están las cosas, lo inquietante no es que se casen dos hombres, sino que se casen un hombre y una mujer. La Iglesia, siempre tan entrañable, se revuelve contra el matrimonio homosexual quejándose de las tendencias promiscuas de estos sin caer en la cuenta de que siempre será más saludable cierta dosis de sexo extraconyugal que de violencia conyugal.

Violencia, sexo, drama y traición articulan el matrimonio de nuestros días a la manera de las películas sobre la mafia, y a resultas de estos ingredientes muchos cónyuges acaban compartiendo cama con su peor enemigo. Casarse hoy día no es un gesto de amor sino una osadía en vía de extinción que tarde o temprano acabará siendo subvencionado por el Estado. Lo que debería preocuparnos no es la condición sexual de los miembros del matrimonio, sino que sigan vivos para poder contarlo.