Miles de conductores chinos llevan encerrados 11 días en una cárcel de asfalto y la condena puede alargarse aún semanas. País de excesos y récords, China cuenta también con el, probablemente, mayor atasco de la historia. La retención se extiende a lo largo de 100 kilómetros en una vía de acceso a Pekín.

Acercarse a la capital por la autopista Tíbet-Pekín siempre ha exigido paciencia, pero las recientes obras de renovación de una vía regional y el consiguiente tráfico añadido la han terminado de colapsar. Se circula a una media de kilómetro diario. Las autoridades intentan aliviar el atasco permitiendo la entrada de más camiones y abriendo rutas alternativas, pero han advertido que podría alargarse hasta mediados de septiembre, cuando terminen las obras. Algunos vehículos averiados y otros sin combustible deterioran más el cuadro.

Jugando a cartas

Las fotos de la prensa muestran a conductores durmiendo bajo el camión y jugando a cartas en las cunetas en un clima relajado. Contextos similares en otro lado provocarían histerias, motines y desórdenes públicos, pero nadie gestiona más tranquilamente las desgracias que el pueblo chino. Las únicas quejas se dirigen al afán de lucro de los lugareños, quienes circulan entre los vehículos con bicicletas ofreciendo agua, fideos instantáneos y otros productos de primera necesidad a precios que cuadruplican los habituales.

La autopista conecta Pekín con la provincia de Hebei y Mongolia Interior y es la más utilizada para abastecer a los 20 millones de habitantes de la capital. El tráfico de camiones se incrementó desde que en Mongolia se descubrieran grandes yacimientos de carbón.

Los atascos no son raros en China, donde el gran esfuerzo gubernamental por modernizar y ampliar la red de carreteras palidece ante el crecimiento de su parque automovilístico. El año pasado superó al de EEUU y la tendencia se incrementará. Este año se venderán 15 millones de vehículos, por 11 en EEUU. A pesar de la crisis, las ventas aumentaron el año pasado un 42%, espoleadas por las ayudas fiscales.

La situación es crítica en las grandes ciudades. En Pekín no conviene subirse a un taxi sin un libro. Cuenta con 4,4 millones de coches y cada día se matriculan 2.000 más. A ese ritmo se alcanzarán los 7 millones en 2015, un problema serio cuando el Centro de Investigación de Transporte cuantifica en 6,7 el máximo gestionable. La velocidad media caería de los 24 km/h actuales a 15 km/h. Es la velocidad que se le atribuye a una bicicleta, así que se alcanzaría la paradoja de que en el Pekín del siglo XXI se circularía tan lento como en el de Mao.

Las autoridades lo han intentado todo. Se prohíbe circular algunos días de la semana según la matrícula. La red de metro ha pasado de dos líneas antes de los Juegos Olímpicos a una decena, y se ha reducido el precio del billete un 33%. Pero solo un 38% de la población utiliza el transporte público, cuando en otras grandes capitales del mundo se alcanza el 70%. China abraza al coche con la fuerza del converso. Aquí, más que en otro lado, el coche mide el éxito social. Pocos prefieren ser vistos en el metro antes que malgastar media vida en un atasco.