E l 29 de mayo del 2019 se detectó la mayor fusión de agujeros negros nunca observada. Dos de estos objetos celestes colapsaron para formar uno de 150 masas solares. Eso es aproximadamente el doble del mayor colapso de agujeros negros detectado hasta ahora.

El acontecimiento fue revelado por unas ondas gravitacionales detectadas en dos laboratorios internacionales, LIGO y Virgo, emplazados en Italia y EEUU. El evento ocurrió hace unos 7.000 millones de años, según los cálculos de los investigadores, publicados ayer en dos artículos.

Además de por su magnitud, el suceso llama la atención por dos razones. Para empezar, es la primera vez que se detecta un agujero negro de masa intermedia. O sea, mayor que los pequeños (de unas decenas de masas solares) que surgen tras la muerte de las estrellas. Y menor que los supermasivos (de millones de masas solares) que se encuentran en el centro de las galaxias y tienen origen desconocido.

En segundo lugar, uno de los dos agujeros negros que se han fusionado tiene un origen actualmente inexplicable. Según la teoría actual, la muerte de una estrella no puede producir un agujero negro de la talla de ese (85 masas solares). Entonces, debe de haber algún otro proceso que lo haya generado, quizás una fusión de agujeros negros más pequeños, o de estrellas. Pero no hay una teoría asentada.

LIGO y Virgo son dos enormes interferómetros, o sea túneles en forma de ele en los cuales los rayos láser rebotan entre espejos gigantes. Están diseñados para detectar ondas gravitacionales. Esto es, sutilísimas oscilaciones del espacio-tiempo que se registran después de eventos astronómicos catastróficos, como la fusión de estrellas o agujeros negros. La existencia de estas ondas fue prevista por Albert Einstein, pero no se comprobó su existencia hasta el 2015.

Este hallazgo abrió una nueva dimensión para la astronomía. A partir de entonces, los científicos pueden observar algunos eventos cósmicos no solo por medio de las señales electromagnéticas que emiten, sino también por las ondas gravitacionales, lo que multiplica la información que pueden obtener sobre ellos. El primer acontecimiento cósmico que observó de esta forma más completa ocurrió en el 2017 y fue una fusión de estrellas de neutrones.

La última detección de ondas gravitacionales produjo una señal de tan solo 0,1 segundos en LIGO y Virgo. Sin embargo, lo primero que llama la atención es la talla del evento que la causó. Tanto los agujeros negros que se fusionaron como el resultante son los mayores que se hayan visto en un evento de este tipo. Eso no deja de ser un récord que quizás se superará en observaciones futuras. Pero lo llamativo del hallazgo no acaba aquí.

Hasta ahora, nunca se habían visto agujeros negros de masa intermedia: entre 100 y 1.000 masas solares. El hallazgo de uno de 150 masas solares confirma que los hay. «Había diversos objetos que parecían estar en ese rango, pero había escepticismo. Este descubrimiento es una demostración», comenta Mar Mezcua, investigadora del Institut de Ciències del Espai (ICE-CSIC) y del Institut d’Estudis Espacials de Catalunya (IEEC).

«No sabemos si hay pocos, o bien si no conseguíamos observarlos hasta ahora, ya que la mejor manera de verlos es precisamente por medio de ondas gravitacionales», comenta Giovanni Losurdo, portavoz de Virgo y coautor del descubrimiento.

Losurdo informa de que hay tres escenarios alternativos. Primero, este agujero negro podría surgir a su vez de la fusión de agujeros negros más pequeños. «Pero que se produzcan fusiones en cadena es estadísticamente difícil. Podría ocurrir en una zona del universo densa en estrellas y agujeros negros», comenta.

La explicación que más cotiza es que este agujero negro no haya surgido de la muerte de una estrella, sino de la fusión de dos estrellas. «No se conocen mecanismos que den este resultado, pero probablemente la teoría se podría acomodar», dice Emparan. Tercera hipótesis: que estos objetos nazcan en el interior de núcleos galácticos activos. H