TPtor este lado, salvados por la campana. Han triunfado los que apostaban por la flexibilidad. Una barrera fijada en la Constitución sería como una escollera de hormigón armado difícil de superar por las olas en tiempos de tempestades y ocasionaría problemas añadidos a los que ya sufrimos. Basta con mirar a nuestras particulares economías. Cuántas veces se nos ha estropeado la lavadora en el peor momento; cuántas nos ha llegado un ineludible compromiso de boda o hemos tenido que dejar el vehículo en el taller de reparaciones, y en cuántas de estas ocasiones ha sido el crédito el que nos permitió seguir lavando la ropa; cumplir con un regalo o prolongar la vida del coche. Desde luego, no todo a crédito viviendo absolutamente al día. Esa filosofía imperante en los años del despilfarro ha tenido un resultado desastroso, pero quedarnos sin margen de maniobraba, encorsetados, sin velas para atrapar el viento, nos podría llevar a la inmovilidad absoluta. Me inquietaba, pero la negociación ha templado la propuesta y nos dejan la posibilidad de largar trapo a discreción. Así está mejor.

Veía hace poco en televisión un informe sobre las investigaciones entorno al tratamiento personalizado del cáncer. Me preguntaba si, para cuando pase la fase experimental y se convierta en algo cotidiano, asumirá su coste la Seguridad Social o habremos dado ya el paso definitivo en la destrucción de nuestro sistema y solo podrán optar a la curación quienes tengan dinero o seguro para pagarlo.

No quiero un sofá con mi esfinge en forma de sirena ni tengo interés en poseer tres mil pares de zapatos. Quiero seguir teniendo acceso a la sanidad, a una pensión digna y, si al final cuesta más el collar que el perro, poder comprar una lavadora nueva.