Estrés, ansiedad, depresión, bajada del rendimiento académico. Los efectos de la suplantación de identidad en los menores presentan un alto grado de coincidencia con los del acoso cibernético. Después de todo, no deja de ser una de sus modalidades. Y es que las nuevas generaciones están al otro lado de la brecha digital. Se manejan casi con más soltura en la red que en la vida diaria y parte de sus relaciones sociales se desarrollan ahí, en los chats, en los muros y los grupos de Facebook. Parecen todo ventajas, pero también tiene sus inconvenientes. Los adolescentes son quienes más sufren la suplantación y, por lo general, no solo no son conscientes del riesgo, sino que no se atreven a pedir ayuda.

LOS AMIGOS, BASICOS "Para ellos los amigos son fundamentales", cuenta Raquel García, psicóloga especialista en infancia y adolescencia. Los reales, pero también los virtuales. El deseo de contar con un gran número de contactos les mueve a agregar o aceptar solicitudes de amistad sin control, lo que incrementa los riesgos.

"Se trata de un acoso constante, ya que todo el rato se están generando mensajes negativos, no solo en momentos concretos. Esa falta de momentos de paz causa un gran estrés al menor. Además, el anonimato del suplantador agrava la sensación de impunidad. Al no saber contra quién dirigir su enfado, su cae en picado, lo que redunda en tendencia al aislamiento, ansiedad e incluso depresión", añade. Y esos problemas acaban afectándole en otros ámbitos, como la familia o los estudios: "Los adolescentes tienden a pensar que las cosas solo les pasan a ellos, lo que aumenta su sensación de soledad y les bloquea a la hora de buscar ayuda