Un restaurante es siempre una carrera de fondo. Dar de comer bien un día, un solo día, está al alcance de casi cualquiera. Por el contrario, y muy al contrario, dar de comer bien día tras día (siempre o casi siempre) es don del que pocos pueden presumir. Ahí está la vara de medir éxitos y fracasos.

Mentidero acaba de abrir. No me gusta visitar locales en sus primeras semanas. Todos necesitamos de algún rodaje. Con Mentidero he hecho una excepción porque me llegaban continuas aleluyas.

Mentidero está en la Plaza de los Alféreces, que es como decir el lugar donde la gente bien de Badajoz se toma el aperitivo. Una plaza con una desbordante oferta a la que se suman locales aledaños de consolidado prestigio. Mentidero ha venido a salvar del abandono un local oscuro y triste que llevaba años en el lado de los perdedores. Y esa es la primera satisfacción. Mucha luz y cierto equilibrio en la decoración; todo de hoy, pero sin demasiada paparruchada. Y luz, mucha luz (al menos, para lo que pudiéramos temer de un local ciego). Me encontré cómodo,… aún sin mantel. La servilleta de papel, pero papel bueno. Eché en falta un perchero y un paragüero, detalles que no creo que tumben la economía del restaurante si decidieran contar con su concurso en un futuro.

Por lo demás, bien. La parroquia de siempre y los apretones de manos de siempre. «¡Coño Valbuena! ¡Coño Pajuelo! ¿Pasó ya por casa? ¡Por su casa yo pasé!» La barra repleta, que fue otra satisfacción (la segunda). Parece que, de momento, hay para todos en los Alféreces. Ofrecen una carta de tapas con algunas sorpresas (más allá del socorrido raja y pela) que bien pudieran ser del agrado del respetable. Un puntito por encima de lo habitual. Hay que seguir la evolución de esta propuesta. Tapas de cocina, elaboradas y distintas,… por menos de cinco euros. ¿Es esa una fórmula razonable para la gente de barra de Badajoz? Veremos.

El comedor está separado de la barra, pero no del todo. Unas celosías permiten separar y unir a la vez. Pequeño aforo,… cuarenta o cincuenta comensales. La cocina abierta como se estila hoy. Sin mantel, pero a gusto.

Normalmente en mis visitas suelen pasar desapercibidas mis intenciones. Como (solo) y (solo) días después saben quienes me atendieron que pretendía comer para contarlo en este su Periódico Extremadura. Pero esta vez me pusieron la alfombra roja desde el minuto uno. Me descubrieron las intenciones. Así que dejé que me compusieran el menú a su conveniencia. De entrada dos tapas de las que sirven en la barra y que, de manera excepcional, quisieron que probara en la mesa. La primera, unas manitas de cerdo rebozadas que resultaron ser un buen bocado para ir abriendo el apetito. Y la segunda, unos raviolis de panceta ibérica rellenos de foie que les recomiendo que prueben (una tapa delicada pero con fundamento). De plato principal me sirvieron una paleta de cordero deshuesada. Lo del hueso va en gustos, tengo un amigo, gran cocinero, que asegura que una paleta de cordero deshuesada es como una puta sin dientes. No he llegado a calibrar bien la comparación, pero tal vez tenga razón. En todo caso fue una buena ración, sabrosa y, además, fácil de comer. De postre una excelentísima tarta de limón. Todo por 31 euros. Precios ajustados que no sé si serán capaces de mantener con cinco personas en cocina. En fin, el tiempo dirá. Trabajo y sentido común creo que hay a manta.

Mención especial para la copa de Peña del Valle Syrah 2017 que me sirvieron (muy bien servida, por cierto). ¡Enhorabuena al camarero!

Estas últimas semanas he visitado restaurantes de fracaso en fracaso. Restaurantes de los que no hablo porque no podría hablar bien. Quizá por eso, encontrar un restaurante tan nuevo y tan decidido a triunfar me alegra sobremanera. Aunque no encontrara ni el perchero ni el paragüero.