Garci decía que su generación era la del desencanto. Tanto imaginar y esperar la democracia que cuando llegó descubrieron que la habían idealizado demasiado. Mi generación es la de los engaños. Las mentiras nos acompañan desde que nacimos. Nos engañaron con las moralejas de los Chiripitiflauticos. La vida no era así. Nos engañaron los cambios de las siglas en las leyes educativas. Nos vendieron una histórica memoria para tapar la memoria histórica. Nos mintieron con los clásicos en la literatura del Bachillerato haciéndonos creer que no había nada más allá, o mejor, más acá. También lo hizo El Mundo , que cuando salió a la calle nos pareció un soplo de aire fresco. Nos la intentaron colar con la movida (y el garrafón). Nos engaña la selección de fútbol en cada campeonato. Nos mienten con los precios de la vivienda y con los sueldos. No son reales. Nos vendieron la moto las televisiones privadas con sus novedosas propuestas y también lo hizo el Gobierno con las retransmisiones de interés general. Y ahora nos miente Acebes , sin ningún tipo de pudor, con lo del 11-M... En 1920 un cantero italiano hizo una falsificación de una escultura etrusca aumentando el tamaño de una estatuilla auténtica, pero no calculó bien y cuando iba por la cintura tuvo que modificar las proporciones porque la estatua no cabía en su estudio. La escultura le quedó cutre y rechoncha, pero el Metropolitan de Nueva York tragó y la compró por 40.000 dólares. Diez años más tarde se descubrió el fraude, aunque el director del prestigioso museo se negó a aceptar la verdad y la escultura permaneció expuesta otros 30 años, hasta que un nuevo director la hizo desaparecer. Lo peor de contar una mentira no es la acción en sí, lo más despreciable es que la intenten prolongar en el tiempo cuando todo el mundo ya conoce la verdad.