Leí una vez que la jubilación se parece mucho a un hombre que se pasa la vida comiendo almendras. Al final, la última que se lleva a la boca está verde y amarga y le deja un regusto desagradable después de haber disfrutado largamente. Creo que en muchas ocasiones hemos hecho eso con nuestros mayores. Llega la jubilación --o lo que es peor, la prejubilación-- y los mandamos a casa, desvalorizando todo su trabajo y sus esfuerzos realizados a lo largo de toda su vida.

En los Estados Unidos la estrategia de muchas empresas pasa porque los jóvenes y agresivos ejecutivos tengan como subordinados a grandes y veteranos ejecutivos que puedan supervisar sus decisiones. A cambio los jubilados reciben gratificaciones económicas, continúan su compromiso con la empresas y se sienten útiles.

Eso de las sopitas y el buen vino ha quedado para el pasado. Creo que mientras haya fuerzas hay que luchar, porque son muchos los que en cuanto que pierden el objetivo por el que trabajar se abandonan y caen en la depresión y el olvido.

Parece que lo de la jubilación es la primera llamada de atención de que toca ´entregar el equipo´ que nos dieron cuando comenzamos nuestra vida. Y ese momento tiene que estar lleno de luces. No importa cómo entreguemos de desgastado el cuerpo por cuánto se ha utilizado. Lo fundamental es que nuestra alma esté limpia, en plenitud con lo que nos rodea, en equilibrio con los hermanos. Refrán: Al final de una vida larga, que tu almendra no sea amarga .