Cuando tenemos que enfrentarnos a los cambios que ocurren en nuestra vida, especialmente a aquellos que van a romper nuestra rutina habitual, vemos como nuestras emociones se ponen en alerta. Sentimos estrés e incertidumbre y el miedo comienza a detectar futuras amenazas, de las cuales la mayoría seguramente nunca ocurran. Aunque intentemos racionalizar la situación, seguimos sintiendo ese miedo viendo como nuestra autoestima y nuestra propia valoración no están en los niveles óptimos. Esto se debe a que creemos que no contaremos con las habilidades suficientes para superar el cambio.

La autoestima es la base sobre la que se sostiene todo nuestro día a día. Nos ayuda a comunicarnos, orientarnos hacia las metas, mejorar nuestras relaciones o encontrar nuestro lugar. Cuando estamos estables, es más fácil que esté en un punto medio o alto, ya que sabemos cómo desenvolvernos. Es en los momentos más complicados o cuando algo va a cambiar donde la ponemos a prueba, debiendo usar nuevas estrategias.

ZONA DE APRENDIZAJE

Cada proceso de cambio supone pasar por tres fases donde se pondrán a prueba las habilidades, las emociones, las fortalezas y los valores que tengamos. Implica conocer las limitaciones, diferenciar las amenazas reales de las falsas y aprender lo necesario para poder realizar el cambio. Esas fases aparecen de forma secuencial en todos los casos, siendo el avance más o menos rápido dependiendo de un factor clave: el miedo. Es una emoción necesaria que surge ante la incertidumbre pero que no siempre nos va a ayudar. Si detecta falsas amenazas, va a bloquearnos y hacer que nos quedemos en la zona segura, donde no hay avance.

Antes de que se produzca ningún cambio, nos encontramos en la zona de seguridad, donde nos sabemos manejar y controlamos en cierta medida las cosas que pasan. Independientemente de lo cómodos que aquí estemos o del bienestar percibido, nuestro sistema de alerta está desactivado, por lo que no sentimos miedo. Es lo que hace que queramos quedarnos aquí. Después, superada una primera barrera, aparece la zona de aprendizaje, donde deberemos usar nuestros valores, fortalezas y emociones para poder gestionar el cambio. Aquí obtenemos las herramientas necesarias para lo que está ya llegando. Si, por ejemplo, el cambio es de trabajo, esta zona de aprendizaje es justo la que aparece incluso antes de que dejemos el trabajo antiguo, preparándonos para el nuevo. Y, por último, aparece la zona mágica. Es lo que nos generaba ese miedo, donde el cambio ya se ha producido. Superando las barreras anteriores, esta zona ya no nos pone en alerta.

¿Cuáles son las cuatro barreras y pasos que debemos dar para superar el miedo, siempre apoyados en el trabajo con nuestra autoestima?

1. Miedos

La emoción del miedo está diseñada para detectar amenazas y ponernos a salvo. Desde la zona segura, ¿cuáles son nuestros miedos? Identificarlos nos ayudará a diferenciar los reales de los falsos. Solo trabajaremos sobre los reales, estableciendo todos aquellos límites que los eliminen, que nos hagan estar bien.

2. Fortalezas

Identificar nuestras fortalezas personales nos ayudará a enfrentarnos al cambio. Si la creatividad o el pensamiento crítico son dos de mis fortalezas, ¿qué forma tendré de usarla en este momento para sentirme a salvo?

3. Valores

Los valores son el timón de nuestra vida. Nos hacen elegir los caminos, las carreras a desarrollar o nuestro modo de vida. Si el cambio va realmente con nuestros valores, debemos tener la certeza de que las cosas irán bien, pero antes debemos identificarlos.

4. Emociones

El miedo no es la única emoción con la que debemos contar ante los cambios. Tenemos todo un repertorio para poder usar, sirviéndonos para saber cómo nos encontramos o los recursos que debemos usar.

Los cambios ponen a prueba nuestras habilidades, siendo necesario, en muchos casos, que nos replanteemos si lo estamos haciendo bien. El miedo que aparece lleva un alto porcentaje de falsas amenazas de las que nos podemos deshacer. Sobre las otras, sí podremos trabajar y superarlas.

* Ángel Rull, psicólogo.