THtace años me enteré de que un filósofo español estaba impartiendo cursos sobre la felicidad (cuando aún no se había asentado la tendencia de idear cursos con la extravagancia y creatividad con la que otros diseñan colecciones de moda). Y ese curso me pareció precisamente eso: extravagante. Yo pensaba que la felicidad no era un objetivo al alcance de cualquiera sino un don que te concede la Naturaleza. Es decir: uno nace (o no) para ser feliz; y si estás entre los no elegidos no te queda más remedio que aguantarte. En aquella época, lo diré, me sentía infeliz, y quizá pensara así en un mecanismo de autodefensa: quería creer que yo no era el culpable de mi desdicha. Estaba equivocado. O al menos eso es lo que se desprende de un curso realizado por la Universidad de Harvard sobre la felicidad que, dicen, ha conseguido mejorar el estado de ánimo de miles de personas.

Han trascendido catorce consejos divulgados en este curso que, seguidos al pie de la letra, le invitan a uno a sobrellevar su efímera existencia con la mejor de las sonrisas. ¿Y por qué no? Con el paso de los años he llegado al convencimiento de que la frontera entre la felicidad y la desdicha es muy difusa, y que el ser humano decide consciente o inconscientemente en qué bando militar.

Imagino esos catorce consejos impresos en folios bien imantados en miles de frigoríficos, como si de una dieta de adelgazamiento se tratara. Muchas personas leerán ese folio, día a día, en un intento de ser felices mientras que otras, abonadas al desencanto, lo leerán atemorizadas con la intención de evitar tan peligrosos consejos. www.narrativabreve.com