La primera vez que fui intervenido quirúrgicamente me di cuenta de que el temor que sentía entonces, el de no despertar tras la anestesia general, es el mismo que acompaña, en versión atenuada, cada instante de mi vida. Me refiero al miedo a la muerte.

La certeza de que somos efímeros está presente en cada uno de nuestros actos. Incluso aquellas personas que a simple vista parecen no prestarle la menor atención a estas cuestiones metafísicas, obran a expensas de ellas. Cierto que somos un amasijo de peculiaridades, pero todas están definidas, de un modo u otro, por la sutil varita de la muerte, que marca la melodía que han de entonar nuestras existencias.

Antonio Tinoco , director de este periódico, me telefoneó hace más de un año para preguntarme si quería colaborar en él vertiendo un poco de tinta en la contraportada de los miércoles. Aceptado su ofrecimiento, me pidió un título breve para mi columna. Elegí Textamentos , que es a su vez el título de un libro mío publicado en formato digital por la editorial Alcancía. Un neologismo que creé, como ya expliqué en el primer artículo, a partir de las palabras textos y testamentos .

En este tiempo han sido varios los artículos que he escrito sobre la muerte. Los otros son subsidiarios de ella. Nadie me ha recriminado mi afición por un tema tan escabroso, pero me consta que a algunos les molesta que lo haga en tono sarcástico. Están en su derecho a exigirme cierta seriedad, pero sigo convencido de que el método más resolutivo para ahuyentar a esa vieja loba que es la muerte es tratarla con la solemnidad que merece. Es decir: ninguna. textamentosgmail.com