En la mano, un teléfono lleno de silencio y desesperanza. El controlado caos en el teatro municipal de Zalamea la Real no tranquiliza a Maricarmen, una de las vecinas de la pequeña localidad onubense de Berrocal evacuada a las dependencias municipales por la amenaza de las llamas. El fuego más devastador que haya pasado por Andalucía en los últimos años la ha dejado sin noticias de su marido.

Lo dejó entre el humo, aferrado al único modo de subsistencia de un municipio al que costará décadas superar los daños del huracán de fuego. Junto a otros hombres, su esposo se ha quedado para defender la cooperativa de corcho de la que viven la mayoría de los habitantes de Berrocal. Una lucha cara a cara con el infierno en la que no hay prudencia que valga.

"No hago más que llamarle, no sé cómo estará --se angustia--. Este hombre- no sé para qué se ha quedado allí". Pero a ella también le hubiera gustado quedarse para arrebatarle al fuego el mayor peaje que podría cobrarse; y todo a causa de la negligencia de un "loco".

"A ese hombre mejor que no lo veamos --dice, amenazante, uno de los voluntarios que ayer no cesaron en toda la noche de repartir medicinas, comida y atenciones entre los centenares de evacuados--. Por una tontería, muchas de estas personas se pueden quedar sin casa". El interior del teatro es un paisaje dominado por unas colchonetas azules de instituto, lo primero de lo que en Zalamea pudieron echar mano para ofrecer una cama a los desterrados por las llamas.

De pronto, algunos integrantes de los servicios médicos se dirigen rápidamente hacia uno de los ancianos apoltronados. Es diabético y tanta tensión le ha causado una crisis.

Casi todos los evacuados son personas mayores contra cuya férrea voluntad han debido luchar los guardias civiles encargados de desalojar las poblaciones de Las Delgadas, Monte Sorromero, Berrocal, El Madroño y Los Alamos; 800 personas que tienen en sus animales y terrenos la única fuente de sustento.