Los vecinos de Moore, un suburbio al sur de Oklahoma City, fueron regresando ayer a lo que durante tantos años había sido el centro de sus vidas. Como en esos paisajes después de la batalla, tuvieron que vadear semáforos y postes de la luz cruzados en la carretera y esforzarse para reconocer unas calles donde ya no hay señales ni hitos reconocibles. Muchos se encontraron sus casas hechas virutas, como si las hubiera triturado un compresor de reciclaje. Según datos de la CNN, unas 2.800 viviendas han quedado destruidas o severamente dañadas por la danza apocalíptica de un tornado que durante 40 minutos fustigó la población dejando a su paso 24 muertos, nueve de ellos niños, y 237 heridos.

Los servicios de emergencia ya han revisado al menos una vez todas las viviendas destruidas y creen que no hay más supervivientes ni cadáveres enterrados bajo los escombros. "Estoy seguro al 98%", dijo ayer el jefe de los bomberos de Moore, Gary Bird. El tornado pasó por este suburbio de clase media, arrastrando vientos de 320 kilómetros por hora, según el Centro Nacional de Meteorología. Eso lo sitúa en la categoría cinco, la máxima de la escala Fujita, el primero de esta envergadura que sacude EEUU este año.

Difícil de entender

Aunque es tarde para volver atrás, vecinos y autoridades tratan de sacar conclusiones para evitar otra catástrofe de estas dimensiones en el futuro. Y la pregunta más recurrente es por qué tan pocas viviendas tenían sótanos o habitaciones reforzadas para hacer frente a las tormentas. Según un constructor de la zona, solo un 2% de los residentes contaban con ellos. Ni siquiera los dos colegios atropellados por el tornado disponían de refugios, algo difícil de entender teniendo en cuenta que Moore está en el llamado corredor de los vientos y que ha padecido cuatro grandes tornados desde 1998. En una de esas escuelas, murieron siete niños.

Parte de la explicación parece estar en los suelos arcillosos de esta zona y en el elevado nivel de las aguas freáticas, condiciones que encarecen notablemente la construcción de sótanos. Pero a la vista de que la inversión podría salvar vidas, el alcalde de Moore se comprometió ayer a cambiar las ordenanzas para que todas las viviendas nuevas se construyan con un refugio para las tormentas o un sótano.

Entre las ruinas de sus casas, algunos trataban de rescatar ayer lo que fuera: un álbum de fotos familiar, unos palos de golf, un viejo cuadro. No quedaba demasiado, pero hubo quien recurrió al humor negro para hacer frente a la desolación. Gente como Colleen Arvin, una anciana que no encontró más que tablas de madera donde un día estuvo su hogar. "Gracias a Dios podemos entrar en casa", le dijo a su nieto cuando este le dio las llaves, según Associated Press.