Me pregunto de qué manera la gente consigue vencer al miedo. Deben de tener sus propios trucos para enfrentarse a él y salir de la contienda con victoriosa sonrisa. Busco artimañas con las que frenar al miedo pero no las encuentro. Escondo mis miedos en los cajones de los armarios, bajo la tarima flotante, en el cubo de la basura, en el tambor de la lavadora. No sirve de nada: el miedo sale de sus madrigueras y me persigue con pasos firmes por toda la casa. Ha de ser mi destino: pasar miedo.

Tengo miedo. Miedo a morir demasiado joven pero también a morir demasiado viejo. Miedo a estar casado y miedo a estar soltero. Miedo a no ser bueno y a serlo demasiado. Miedo a estar aquí y a estar allí. Miedo a ser un mal padre y un mal hijo. Miedo a ser insolidario y a que los demás lo sean conmigo. Miedo a estar deprimido y miedo a estar feliz. Tengo miedo al miedo. Miedo a la soledad y a la compañía. Al vacío y a lo lleno. Al yin y al yang. Al frío y al calor. Miedo a ser una gota en el océano. Tengo miedo. Miedo a no dormir y a dormir demasiado. A perder el tiempo en ocupaciones que no me interesan. A no saber expresar mis emociones y a expresarlas sin pudor. Miedo al folio en blanco y miedo al folio escrito. Miedo a las alturas, a las plegarias no atendidas, a las plegarias atendidas, a los colchones duros y a los colchones blandos, miedo a morir en ayunas mientras preparo el desayuno.

Me pregunto de qué manera la gente consigue vencer al miedo. Y me pregunto también si en alguna ocasión, como me ocurre a mí, han llegado a la conclusión de que la única manera de vencer al miedo es dejarse vencer por él.