Juri Mantegazza es el héroe de la jornada. Este inspector de policía italiano ha tenido uno de esos raros gestos que de inmediato saltan a las páginas de los periódicos y a las conversaciones de barra de café. Mantegazza, el bueno. El hombre que decidió que los pobres también tienen derecho a caviar. No sería extraño que esta Navidad evocaran su apellido en los geriátricos, los albergues de mendigos, las casas donde terminan los desposeídos. Mantegazza es bueno. Y listo.

¿Qué hacer con un cargamento de caviar recién decomisado y a punto de ponerse malo? El inspector milanés dirigió a finales de noviembre la operación de incautación de 40 kilos del suculento manjar que habían entrado ilegalmente desde Varsovia. Caviar de esturión beluga, ni más ni menos: 400.000 euros en el mercado. Los huevos estaban dispuestos en frascos de medio kilo cada uno en el interior del frigorífico de una casa particular milanesa.

Según las declaraciones que hizo Mantegazza al Corriere della Sera, estaba en perfecto estado, "pero no podía ser conservado mucho tiempo". Se intuye de sobra lo que habría hecho un oficial de dudosa moral. Pero Mantegazza, no. Mantegazza decidió animar la Navidad de los más pobres.

"Hemos pensado en hacer un regalo de Navidad a los que no pueden permitirse el caviar", declaró el policía, responsable de custodiar el decomiso a la espera de que la justicia actuara. Y para que la justicia pueda actuar, la policía conservará una pequeña muestra del beluga: lo demás será repartido estos días en geriátricos y toda clase de centros de beneficencia de Milán, lo que posiblemente dará lugar a escenas y situaciones extrañas. ¿Otra vez los mismos canapés? No. Este año son con caviar.

Los responsables de estos centros se han quedado perplejos porque son probablemente los que mejor comprenden hasta qué punto desean caviar los pobres.