TQtuienes tenemos unos años recordamos el caso de un dúo que consiguió cierta fama a finales de los 80, con unas canciones pegadizas y unos falsetes horteras que encandilaban a miles de seguidores. Lo de los falsetes acabó tomando demasiado cuerpo cuando supimos, pocos años después, que los Milli Vanilli eran dos guapitos a los que ponían voz unos chicos más feos y con menos glamour. Una vez descubierto el fraude intentaron solventar el desaguisado lanzando al estrellato a los auténticos, The Real Milli Vanilli , que cosecharon un fracaso monumental y casi acabaron dando la razón a quien ideó a los impostores. Ahora nos hemos enterado de que la niñita que nos encandiló con su canto en la inauguración olímpica era una milli vanilli china de apenas cinco años. Alguien pensó que no basta con cantar bien sino que también hay que dar imagen, expresión horrible que define la vacuidad del mundo en que vivimos. Por eso, uno no deja de sentir una solidaridad con quienes aportan la calidad a los maniquíes que carecen de ella, desde la que puso las piernas a Julia Roberts para el cartel de Pretty Woman , hasta los centenares de actores de manos, pies - y otras zonas-, que suplantan a los actores famosos en los primeros planos de esas partes. Por no hablar de los dobles para las escenas peligrosas, los negros que escriben los libros que firman quienes no saben concordar sujeto y predicado, o los asesores que redactan cada declaración medida de un personaje público. El mundo está hecho para los que tienen imagen, aunque no haya nada detrás, y los que no la tienen acumulan sus habilidades en la trastienda.