THtemos llegado a tal grado de contaminación lingüística que es casi imposible escuchar una entrevista en la radio en la que el entrevistado de turno (un deportista, pongamos) pronuncie dos frases sin echar mano de la muletilla la verdad es que . Los más lolailos ya dicen la verdá que para ahorrarse la letra d y el verbo es . (Si es cuestión de economía del lenguaje, ¿por qué no omiten las cuatro palabras, que no aportan nada y aburren mucho?).

El objetivo de estas líneas no es sacar a relucir los pocos recursos que el español tiene en el uso del castellano, sino la poderosa capacidad de mimetismo de nuestra sociedad. Si usamos compulsivamente giros verbales que resultan cansinos y vacuos, es porque las personas de nuestro entorno hacen lo mismo: expresarse compulsivamente de manera cansina y vacua. Puestos a imitar, parece que siempre imitamos lo malo. Por eso los futbolistas tienden a reproducir el discurso dubitativo y monótono de Julen Guerrero y no el de Jorge Valdano , a quien muchos tachan de pedante precisamente por la elegancia y delicadeza con la que mima nuestra lengua, que es también la suya.

Semanas atrás, un grupo de niños violaba a una menor. El efecto mimético no se hizo esperar: al poco tiempo, otros dos grupos de menores repetía el delito en poblaciones diferentes. Intuyo que el segundo y tercer delito fueron cometidos con los ojos puestos en el primero. Aunque la mayoría entendamos como despreciables la violación, el asesinato o el maltrato doméstico, mientras estas fechorías reciban la acostumbrada repercusión mediática y social siempre habrá alguien que las tomará como modelo a imitar.