Deambula desorientado entre el bullicio del vecindario. Agarra con fuerza una bolsa amarilla, asida bajo el brazo. Manuel Alvarez, con ya algunos años de edad, tiene la mirada perdida y busca entre sus vecinos el consuelo de compartir la experiencia y decir que han salido vivos de ésta. Es una de las 137 personas que no pueden regresar a su casas, bien porque no queda ni una de las paredes a causa de la explosión, bien porque la estructura corre el peligro de desplomarse.

"Lo teníamos todo y, ahora, no tenemos nada", murmura. La bolsa no la suelta. La banalidad del vestuario le hace evadirse de la catástrofe vivida. "Me han dado esta bolsa en el centro cívico, con dos camisas, nada más llevo lo puesto, así que tendré que comprarme unos pantalones".

41 FAMILIAS AFECTADAS

Más de 30 voluntarios están trabajando todo el día en el centro cívico para dar asistencia a las 132 personas que se han quedado sin casa. Son 41 familias las afectadas, de las que 13 van a ser reubicadas por el ayuntamiento en dos antiguos colegios hasta encontrarles una vivienda definitiva.

"Yo voy a dormir en casa de mi hermana pero muchas de estas personas no tienen donde pasar la noche". Antonio García es más joven y más reivindicativo. "A ver las viviendas que nos dan ahora... El ayuntamiento dice mucho, pero a ver si cumple". A su alrededor permanecen un centenar de personas que han pasado allí todo el día. Les han dado de desayunar, de comer y de cenar. Cáritas les ha llevado ropa. Pero nadie les va a devolver sus casas. Les han dicho que una empresa especializada tratará de sacar de las ruinas sus objetos de mayor valor.

Carmen se derrumba. La imagen de la grúa tirando abajo su casa puede con su fuerte carácter. "El hijo de... ése. Podía haberse ahorcao y matarse él solo. Mira lo que nos ha hecho". Y llora con rabia. Sin embargo, nadie ha perdido la calma. La creen más útil que el desespero para crear una comisión vecinal y enumerar sus necesidades a los servicios sociales del ayuntamiento.