TAt veces resulta enriquecedor aprender nuevas formas de mirar, pero otras, no puedes sino lamentar no haber perdido aún la capacidad de asombro. Estás tranquila pensando que conviene ir al cine con los niños, para que les cuenten una buena historia y de paso, se acostumbren al ritual de las luces apagadas y la butaca, no sea que desaparezca pronto. Eliges una película infantil, por supuesto, acorde a su edad, de pingüinos felices o coches que hablan, esas que te reconcilian con la infancia, los guionistas y el mundo entero, porque sales con la sonrisa boba en la boca y una música pegadiza en los oídos. Los niños, contentos, y tú feliz porque además la película estaba bien hecha, como las últimas que habéis visto, la de los juguetes con alma o el ogro antisistema. Sin embargo, el maligno acecha y adopta múltiples disfraces para atrapar las tiernas mentes de los futuros votantes. Menos mal que en Estados Unidos se alzan los guardianes de la moral para advertir de los elementos subversivos de Hollywood. Creías estar viendo una simple fábula pero detrás se escondían los enviados del mal en forma de defensores del matrimonio homosexual (entre pingüinos) o de saboteadores de la industria del petróleo, coches perversos que defienden la existencia del cambio climático. Oculto en personajes como Happy Feet o Mate, late el adoctrinamiento homosexual y ecologista. Resulta enriquecedor que te enseñen otras formas de mirar, por muy retorcidas que sean. Hay más imaginación (enfermiza, eso sí) en la mente de los censores que en cualquier guión de dibujos animados. Ningún personaje de ficción puede igualarlo. Qué desperdicio.