La vida del británico Richard Rudd quedó pendiendo de un finísimo hilo el pasado octubre, cuando su moto chocó contra un coche a gran velocidad. A los 43 años, las heridas en la espina dorsal y el cerebro le dejaron totalmente paralizado. Su cuerpo no respondía a ningún estímulo. Los médicos creyeron que había caído en un coma irreversible, y que solo podría sobrevivir con ventilación artificial. La familia, incluidos sus dos hijos adolescentes, sabían que Richard no querría mantenerse en ese estado vegetativo. Recordaban como, cuando gozaba de plena salud, había comentado, en referencia a un conocido postrado en una silla de ruedas, que habría preferido morir a verse en una situación similar.

El hospital de Addenbrooke, en Cambridge, donde era atendido, es uno de los mejores del mundo en neurocirugía. Allí llegan casos desesperados, personas con la cabeza -y a veces el resto del cuerpo- muy dañada. Los médicos escuchan los deseos de los familiares, pero son ellos quienes deciden lo que es mejor para el paciente. En este caso, la falta de respuesta de Richard les inclinaba a desconectar las máquinas que lo mantenían vivo.

Antes de dar el paso, un doctor advirtió que, al oír una pregunta, el herido movía los iris de los ojos a derecha e izquierda. Richard entendía lo que le decían, lo que cambiaba radicalmente la situación: él mismo podía decidir su destino. Tras varios meses de pruebas para certificarlo, el profesor David Menon le planteó el gran interrogante: ¿quería vivir en esas condiciones, sabiendo que la parálisis era total e irreversible? Moviendo los ojos, Richard dijo ´sí´ las tres veces que Menon preguntó.

La historia forma parte de un emotivo documental de la BBC titulado Entre la vida y la muerte que fue emitido por televisión. El programa, rodado en el hospital de Addenbrooke, donde hay tan solo 21 camas, relata además lo ocurrido con otras dos pacientes. Una de ellas, Rebecca, de 28 años, madre de tres hijos pequeños, permanecerá paralizada y con gravísimas secuelas, pero se salvará. Su coche quedó reducido a chatarra en una colisión múltiple.

Entre la vida y la muerte hay una zona gris, afirma un médico en el documental. El caso de Richard ha reabierto el debate sobre la validez de los testamentos de quienes, gozando de plena salud, expresan su voluntad de no ser mantenidos con vida artificialmente en caso de coma profundo con daños graves e irreversibles. Hoy Richard se encuentra en otro hospital, está aprendiendo a comunicarse con los ojos, ha recobrado el movimiento en los músculos faciales y ha vuelto a sonreír.