Conocemos los secretos de la sábana santa de Turín, a pesar de que en Oviedo se conserva otra. Sabemos todo sobre la reliquia del cordón umbilical del Niño Jesús, a pesar de que se veneran tres en Italia y Francia. En Aquisgrán, cada siete años, se reúnen miles de peregrinos para asistir a la exposición de los pañales del Niño Jesús, a pesar de que en San Marcelo de Roma se conserva otro juego. Cuando vamos a la catedral de Sevilla o a la archibasílica de Roma visitamos sendas mesas de la Sagrada Cena. ¿Por qué, sin embargo, le damos tan poca importancia al único santo mantel conservado?

Pocos extremeños saben que el único mantel que se conserva de la llamada última cena de Jesucristo se conserva en la catedral de Coria. Durante el pasado mes de octubre se pudo ver en la iglesia de la Preciosa Sangre de Cáceres, donde se expuso dentro de la muestra Verum Corpus . Causó sensación, más que nada porque es una de las grandes reliquias de la cristiandad y en Extremadura pasa desapercibida. Se trata, en fin, de una pieza de lino de 4,42 metros de largo y 92 centímetros de ancho, blanca por un lado, con sencillos adornos en azul por el otro y con algunas roturas y desgarros.

LA PRUEBA DEL POLEN La Iglesia asume la reliquia por tradición y porque no hay evidencia alguna de que sea falsa, aunque tampoco existen pruebas científicas de que sea verdadera. Según un artículo de Rafael Alarcón en el número 10 de la revista Año Cero, el mantel fue examinado en 1960 en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid por especialistas como los profesores Hernández Pacheco y Carrato Ibáñez. Fue sometido a la prueba del polen acumulado y se determinó que era de fabricación arábiga. También se habló de utilizar el método del Carbono-14 en laboratorios holandeses, pero se desistió porque dicha técnica no estaba aún perfeccionada.

Según algunos autores, el examen certificó que el mantel era del siglo I de nuestra era. Según Rafael Alarcón, sólo se dijo que era de procedencia arábiga, olvidando precisar que de la Edad Media, siglos XI-XIII. Sea como fuere, tras el análisis, se intentó resucitar su legendario culto, pero no hubo éxito. Resulta extraño que el mantel sagrado no haya convertido Coria en una etapa del turismo sacro que deja miles de peregrinos y millones de euros en otros centros religiosos famosos por sus vírgenes, sus tumbas santas o sus relicarios como Asís, Santiago, Padua, Lourdes, Fátima, Guadalupe, Casia, Loreto, Lisieux o Czestokowa.

Pero no siempre fue así. Hasta el año 1791, cada tres de mayo se celebraba en Coria la fiesta de las tres reliquias: el Lignum Via, la Santa Espina y el Sagrado Mantel, que eran sacados al balcón de las reliquias, de donde colgaba el mantel cual pendón, pasando por debajo la muchedumbre llegada desde todo el país, besándolo, frotándose con él y confiando en milagros que, según la leyenda, se producían. La fiesta acabó dando lugar a una importante feria que impulsó la prosperidad de la villa.

Pero las aglomeraciones se tornaron peligrosas y se decidió exponer las reliquias únicamente en el altar. Fue peor porque los devotos cogían el mantel, se frotaban con él, lo desgarraban y el Cabildo cauriense acabó suprimiendo en 1791 la adoración. Y decayeron el culto, los milagros, la feria y el trasiego económico.

De aquellos desgarros podrían proceder los dos fragmentos del mantel que se conservan en Viena y en Gladbach, cerca de Colonia, de donde saldría otro trocito que se venera en el monasterio de las clarisas de Monforte. Pero lo importante es que el mantel cauriense es único en el mundo y parece una reliquia más seria que otras como la cola del asno del pollino que llevó a Jesús, guardada en un museo de prehistoria, o dos sorprendentes botellas que se conservan en el Sancta Sanctorum del Vaticano: en una se guarda el suspiro de san José y la otra contiene un estornudo del Espíritu Santo.

Sobre la procedencia del mantel hay varias teorías. Una asegura que llegó a Coria tras la conquista de la ciudad por Alfonso VII, habiéndolo traído desde Francia el obispo Iñigo Navarrón, que había asistido al concilio de Reims en 1148. Según otros, un obispo cauriense lo trajo de Roma en el siglo VIII. Aunque la más emocionante asegura que el mantel, como tantas otras reliquias, habría sido llevado a Roma en el siglo III por la madre del emperador Constantino, santa Elena. De allí pasaría al tesoro de Carlomagno, acabando en manos de los templarios del castillo de Alconétar. Al ser disuelta la orden, el mantel pasó a la Iglesia, que lo depositó en Coria.