La entrevista con el papa Francisco en Civiltà Cattolica , definida por una mayoría de católicos y agnósticos como "una revolución", no modifica el pensamiento católico sobre el divorcio, el aborto o las bodas homosexuales. Lo que cambian las ideas del Papa es la perspectiva de la mirada de los católicos, yendo primero al encuentro de las personas, "por desastrosas que sean sus vidas", más que enarbolando banderas, dogmas y morales. "Habrá tiempo para lo otro", ha afirmado, y lo ha ejemplificado explicando que frente a un aborto, un católico debe estar primero cerca de la mujer en lugar de condenarla.

El Papa "venido del fin del mundo" introdujo el cambio de chip aun antes de aparecer en la plaza de San Pedro, tras su elección en marzo. El primer mensaje fue de sencillez y austeridad. A los cardenales les dijo que quería llamarse Francisco, cuando nunca ningún Papa lo había hecho. Como título aceptó solo el de obispo de Roma. Renunció a probarse los cincuenta pares de mocasines rojos que le ofrecían y también a la cruz de oro, para quedarse con la de hierro que llevaba. Cuando salió, finalmente, al balcón de la basílica, en lugar de bendecir como nuevo Papa rey de la ciudad a las más de 100.000 personas que abarrotaban la plaza, les pidió silencio para que rezaran por él, un largo minuto de mutismo que tuvo algo de embarazoso.

"En medio de la gente"

El chip lo siguió cambiando al renunciar, primero provisionalmente y más tarde de forma definitiva, al llamado apartamento papal. "Quiero vivir en medio de la gente", dijo, alterando costumbres seculares vaticanas, protocolos y seguridad. Seis meses después sigue en la residencia de Santa Marta, pese al malestar que provoca a un aparato burocrático que no consigue controlarle. Fuentes oficiosas explican con un guiño que la residencia es también el único ambiente vaticano electrónicamente blindado.

Al mes de ser elegido, nombró una comisión internacional de ocho cardenales para reformar la curia, la cúpula católica. "Debe ser mediadora y no intermediaria o gestora", y aunque "a veces parece que su función sea censora", en el futuro "deberá solo ayudar a los obispos locales", ha dicho. Los ocho, a los que algunos definen como "consejo de la corona", se reunirán en octubre para sacar las conclusiones del trabajo que han hecho en estos meses, y cuando la reforma se promulgue podrá hacerse un balance del pulso entre la periferia católica y el centro. Ese será el punto de inflexión para la institución, presumiblemente hacia fórmulas de gobierno colegiado que insuflen aires nuevos.

Sobre la mesa los ocho encontrarán los informes que otras dos comisiones, nombradas por Francisco sin advertir a nadie, habrán elaborado, brindando ideas para una reforma del banco y de todos los organismos económicos de la Santa Sede y del Estado Pontificio.

Mientras, el Papa ha recibido a casi todos los nuncios (embajadores) del Vaticano, dándoles instrucciones para la selección de los candidatos a obispos (Benedicto XVI destituyó o invitó a dimitir a casi 100, por inadecuados) y la firmeza a observar frente a los abusos sexuales de los clérigos, y subrayándoles que más que diplomáticos son representantes de una confesión religiosa. Se ha entrevistado con todos sus ministros, con cartera y sin ella, individualmente y en conjunto, solicitando ideas para una reforma que ya Martín Lutero había pedido hace más de 400 años, y el concilio Vaticano II, hace casi medio siglo.

En seis meses el Papa se ha metido al pueblo llano, católico y no, en el bolsillo, por su humanidad y su lenguaje comprensible. La oposición no le llegará por ese lado, sino del interior.