Aquella no era precisamente una nariz rectilínea y delicada: no se desprendía del rostro como un apéndice grácil ni tenía la sutileza de las grandes narices, ni era por sí sola un rasgo de hermosura y de poder. Le faltaba elegancia y le faltaba clase, estilo, y le sobraban a cambio dureza y, en cierto modo, vulgaridad. La naricita más famosa de todos los tiempos no era el perfecto monumento al que se ha rendido tributo desde la antigüedad hasta nuestro tiempo. Todo apunta a que Cleopatra estaba lejos de lucir semejante don.

Hay constancia de que la soberana exótica por excelencia no solo no tenía una nariz prodigiosa, sino que no era precisamente un ejemplo de belleza. La amante de Julio César y Marco Antonio era fea y así quedó consignado en las monedas de la época, dos de las cuales se exhiben ahora en el Museo Shefton de la Universidad de Newcastle. Una de ellas reproduce el perfil de la antigua reina de Egipto con la que al parecer era su verdadera nariz: aguileña, puntiaguda y de aletas gruesas. Poco que ver con la imagen habitual. "Los escritores romanos nos dicen que era inteligente y carismática, y que tenía una voz seductora, pero en ningún caso mencionan su belleza", señaló la directora de museos arqueológicos de la universidad, Lindsay Allason-Jones.

DESDE PLUTARCO En la segunda moneda aparece el perfil de Marco Antonio: otra decepción. Liz Taylor era demasiado y Richard Burton también. Ambos representan probablemente la imagen más extendida del romance entre la reina egipcia y el general romano merced a la película célebre estrenada en 1963. Pero lo cierto es que Joseph Mankiewicz no inventó nada cuando escogió a los protagonistas de su Cleopatra, y si los dos elegidos eran de lo más espléndido que había entonces a mano era porque el director estadounidense había seguido las pautas de la tradición. La historiadora María Cid López asegura que con su Marco Antonio y Cleopatra, que estrenó en 1607, William Shakespeare marcó "el punto de partida de la leyenda y el mito" de la reina, pero deja claro que el dramaturgo inglés escribió la basándose en los textos de Plutarco.

Los dones son relativos. Las monedas que se exponen en el Reino Unido tienen poco más de 2.000 años de antigüedad, y puede que entonces la nariz encorvada de Cleopatra se viera con otros ojos. "Los encantos de su figura, secundados por las gentilezas de su conversación, y por todas las gracias que se desprenden de una feliz personalidad, dejaban en la mente un aguijón que penetraba hasta lo más vivo --escribió en el siglo II el historiador griego--. Poseía una voluptuosidad infinita al hablar, y tanta dulzura y armonía en su voz que su lengua era como un instrumento de varias cuerdas".

"La imagen como una seductora hermosa es reciente", explica Allason-Jones. Los estudiosos coinciden desde hace años en que los defectos físicos de la soberana no eran pocos --mandíbula prominente, labios delgados, bocio-- pero aún no se sabe en qué momento se convirtió en reina hermosa, si entre Plutarco y Shakespeare o entre Shakespeare y Mankiewicz. ¿Y cuándo se transformó el general de ojos saltones, cuello inflado y nariz deforme en alguien parecido a Burton? La Cleopatra de Astérix es delgada, menuda y con nariz perfecta. La de Mankiewicz, también. La fea, parece, se quedó en los cajones de la historia.