La semana pasada hubo un tipo fanfarrón que se atrevió a llevar la contraria a todos los conocimientos racionales y al sentido común. Apareció por una feria micológica del sur de Extremadura y, con más chulería que nadie, dijo que una amanita phalloides que estaba expuesta y señalada como muy tóxica no era venenosa. Ni corto ni perezoso se comió una ante el asombro de todos los que allí estaban. Lejos de este lugar había otro personaje que, con un tono similar, también se atrevió a llevar la contraria a la realidad de unos hechos y a la sentencia judicial que acababa de ser dictada. Este otro sujeto ya no canta a las montañas nevadas sino que nos habla de otras que son lejanas y de unos remotos desiertos en los que no se esconden quienes idearon los atentados del 11-M.

De estos dos sucesos lamentables hay consecuencias dispares. El primero de los casos ha acabado con el ingreso hospitalario del protagonista, pero servirá para dejar claro que ese tipo de seta es muy tóxica y peligrosa. El otro caso, el protagonizado por Aznar , no ha llevado a nadie a la UCI y podríamos pensar que ha sido menos grave. Pero no es así: descubrimos una encuesta que señala que hay un 17 por ciento de españoles que siguen a pies juntillas lo que dice el expresidente y creen que hubo una conspiración entre ETA y no se sabe quién para desbancar al PP del poder. Habrá quien diga que es un hecho preocupante, pero más alarmante sería que Aznar, a quien no le gusta que le digan cuánto vino hay que beber, le diera por probar una amanita de esas y casi un quinto de la población siguiera su ejemplo.