La única vez que he sacado una matrícula de honor fue en la asignatura de Arte durante la carrera. Por dos razones: por darme cuenta de que no sabía casi nada sobre el arte y por ser daltónico. La primera me permitió abrirme a todo lo que estaba por llegar y la segunda me facilitó ver las cosas de otra forma. Un lector de este periódico aseguraba que desnudarse no es hacer arte, no sé si tendrá razón, pero de lo que sí estoy seguro es de que para ver el arte hay que desnudarse. Descubrí a Montoya hace ya unos años en la feria de arte Foro Sur, en la que una galería exponía precisamente las fotografías de la polémica. Tengo que reconocer que me llamó mucho la atención su particular visión de la realidad, pero bueno, qué quieren que les diga, este país está lleno de particulares formas de ver la realidad y, sobre todo, de particulares maneras de contársela a los demás. Comprendo que haya gente que se ofenda con las metáforas religiosas de Montoya, pero lo que no me parece normal es crear una polémica ocho años después de que las fotos se publicaran en un catálogo. O alguien va con un interesado retraso aquí o es que los desnudos han ganado interés con el tiempo, cosa que no creo, y pongo mi cuerpo como ejemplo, por no ofender a ningún grupo social. En mi caso se puede apreciar que con el paso del tiempo he conseguido superar con creces el límite marcado para poder desfilar en la Pasarela Cibeles, un lugar en el que las fotos, muchas veces, ofenden. Lo que tengo claro es que si mi hijo ve una fotografía de Montoya le puedo explicar que es arte, pero me resulta mucho más difícil explicarle las imágenes que aparecen cada día sobre los (cada vez más) muertos en Irak, por poner otro ejemplo ofensivo. Pero tampoco me hagan mucho caso, porque soy daltónico.