En su ensayo sobre el nihilismo Dostoievski en Manhattan , André Glucksmann cita a Flaubert , quien expresó en una carta enviada a la poeta Louis Colet su opinión de que "todo está permitido salvo hacer sufrir a los demás. Esta es mi moral". Glucksmann, con la mira puesta en la desaprensiva Madame Bovary , dice que un nihilista es aquel a quien no le preocupa hacerle daño a los demás.

Mientras leía este fragmento no he podido evitar pensar en los controladores aéreos, quienes, al igual que la Bovary, no se paran en barras a la hora de hacer daño al prójimo, aunque este sea inocente. Pese a todo, no los considero nihilistas, al menos no a la manera ortodoxa, porque un nihilista es por definición alguien que no cree en nada, mientras que los miembros de este colectivo creen con fe ciega en algo: en ellos mismos.

Ajenos a la moral de Flaubert, los controladores se arrepienten poco y mal de la huelga salvaje que protagonizaron hace casi dos semanas. Se arrepienten de haberse convertido en el ojo del huracán ante una población que está harta de sus privilegios, pero no se arrepienten de sus espurios intentos de aumentar hasta lo inadmisible esos privilegios.

Las cifras de pérdidas ocasionadas por su rebeldía son escalofriantes. Y ahora, ¿quién va a pagar la factura? ¿Ellos? No creo. Al final sus excesos de avaricia los pagaremos todos, incluidas las víctimas que no pudieron viajar en avión.

Estos controladores pseudonihilistas no creen en la ética de Flaubert y no creen en los derechos de los ciudadanos que tomaron por rehenes. A la manera de Nietzsche , consideran que están más allá del bien y del mal.