Moscú amaneció ayer a ciegas y con un nudo en la garganta. El denso humo de los incendios forestales, que desde hace dos semanas rodean la capital rusa, cubrió la ciudad con una impenetrable manta de color gris que causó un ataque de asfixia sin precedentes a los 10 millones de moscovitas y obligó a los aeropuertos locales a desviar decenas de vuelos por la baja visibilidad. La concentración de humo provocó el pánico entre los habitantes de la capital, que desde hace un mes y medio sufren de una ola de calor inaudita, sin precedentes en los 130 años de historia de observación meteorológica en Rusia, acompañada de una fuerte sequía.

Ya por la mañana, en las farmacias se agotaron las mascarillas. Muchos moscovitas decidieron no ir al trabajo y las familias han empezado a abandonar la ciudad. En el transporte público comenzaron a circular rumores de que el número de muertes se duplicó en Moscú en julio y agosto a causa del calor y la contaminación. En algunos puntos de la capital, la visibilidad estaba limitada a 200 metros.

NIVEL DE SUSTANCIAS NOCIVAS El humo estaba por todas partes. Olía a quemado en el metro, en los edificios oficiales, oficinas y centros comerciales, que hasta hace poco servían como refugios para tomar aliento. De hecho, el humo era tan denso que los turistas en la plaza Roja apenas podían reconocer las rojas murallas y torres del Kremlin y las cúpulas multicolores de la Catedral de San Basilio. Según el Departamento de Protección Ambiental del Ayuntamiento de Moscú, la concentración de sustancias nocivas en la atmósfera superó en más de cinco veces los niveles máximos fijados por las autoridades sanitarias.

Pero las únicas recomendaciones que las autoridades pudieron ofrecer fueron las de abstenerse de salir a la calle y utilizar mascarillas. Algunas embajadas extranjeras, como la de Alemania, optaron por cerrar sus puertas, y solo dejaron funcionando servicios de emergencia. El humo de los incendios en la parte europea de Rusia alcanzó la estratosfera y llegó a una altura de 12 kilómetros, según informó la NASA. Debido a la escasa visibilidad, los aeropuertos moscovitas de Domodédovo y Vnúkovo desviaron más de 40 vuelos a otros aeropuertos, mientras unos 20 vuelos no pudieron despegar. El único aeropuerto que siguió funcionando sin limitaciones fue Sheremetievo (en la zona norte de Moscú), pero sus representantes avisaron de que estaba "al límite de sus capacidades".

Según las previsiones meteorológicas, el manto de humo se quedará en la capital hasta mediados de la próxima semana, cuando se espera que cambie la dirección del viento, que sopla del sureste, donde se encuentra el epicentro de los incendios. Lo más alarmante es que, según las previsiones, los moscovitas tendrán que aguantar también al menos unos 10 días más de temperaturas por encima de 35 grados centígrados. El calor subió ayer a 36 grados, la cifra más alta de toda la historia de observación meteorológica en fecha 6 de agosto. Mientras, el Ministerio de Situaciones de Emergencia hizo un llamamiento a los voluntarios para que se apunten en centros locales para ayudar a los bomberos a combatir el fuego en las siete regiones donde se decretó el estado de emergencia. Unos 150.000 empleados del ministerio han sido incapaces de controlar el fuego a pesar del apoyo de las Fuerzas Armadas.

El mismo ministerio aseguró ayer que vigilaba especialmente la evolución de la situación en Briansk (suroeste), en la frontera con Ucrania, cuyo suelo y vegetación fue contaminada tras la explosión de la central nuclear de Chernobil en 1986. Un incendio podría propagar la polución.