El humo y el calor han convertido a Moscú en un horno. La densa humareda de los incendios forestales ha obligado ya a un buen número de los 10 millones de moscovitas a ponerse la mascarilla para poder salir de casa.

La capital rusa amaneció por segundo día envuelta en una nube gris que en algunos barrios redujo la visibilidad a solo 500 metros. Los problemas respiratorios se complican y los moscovitas empiezan a sufrir esporádicos ataques de tos. Las temperaturas han superado por primeva vez en la historia contemporánea de Rusia los 38 grados. Y según las previsiones, el calor puede subir aun más en los próximos días.

Algunos vecinos no soportan ya dormir en casa. El asfalto y las paredes de los edificios emiten el calor acumulado durante el día, mientras no se puede abrir las ventanas por el humo. Hay quien se ha trasladado a vivir en tiendas de campaña en parques y zonas verdes de la ciudad.

La atmósfera en el transporte público provocaba aun más nerviosismo. Además de las apreturas tradicionales, los pasajeros tienen que aguantar temperaturas que ya superan los 32 grados en varias decenas de estaciones. Solo en la línea circular, la más profunda y capaz de servir como refugio antiaéreo, se mantiene el máximo de 28 centígrados permitido por las normas.

A pesar de los esfuerzos del Gobierno ruso para controlar la ola de incendios forestales provocada por el calor sin precedentes, la situación se agrava cada día más. El número de nuevos focos de fuego se cuadriplicó en los últimos días en las regiones rusas más afectadas, según informó el ministro para las Situaciones de Emergencia, Serguéi Shoigu.