Hay dos clases de motero: el que se ha caído y el que se va caer. Ella pertenece a la lista de los primeros. María del Carmen Hernández Fernández (Cáceres, 1971) se ha llegado a romper las costillas y en el último golpe hizo el viaje de regreso en helicóptero. Pero no hay nada que le baje de la moto. La extremeña es una de las pocas --aún-- que han cambiado el asiento del copiloto por el de piloto y sin saberlo también pertenece a la lista de las que volteado la historia hacia otra más igual. Es una pionera. Como lo fue Dorothy Robinson, considerada como la primera mujer motorista americana. Cuentan los historiadores que la estadounidense parecía estar destinada a serlo antes incluso de nacer porque el día que su madre la alumbró el 22 de abril de 1912 llegó al paritorio sobre dos ruedas.

Curiosamente, la extremeña nació una semana después que Dorothy Dot, décadas más tarde, claro está, y también el destino quiso que naciera prácticamente subida a una moto. Mamen pertenece a una generación que no tiene miedo y a una saga que se encargó de catapultar otra familia, la de los Bultó, pura cepa del motociclismo. Su padre Carlos fue piloto de carreras. «Algo tendrá que ver». De casta le viene al galgo. Recuerda de él que desde niño merodeaba los talleres y empezó a correr con la suerte de que acabó compitiendo con Bultaco, la marca que fundó Paco Bultó. Cosechó éxitos sobre el asfalto pero tras la muerte de un compañero de escudería, se retiró de la competición y en 1964, ya en Cáceres, se hizo empresario. «Vivió por y para la moto». Como ella. Ella ha heredado el mismo negocio y la misma «pasión». «Sin pasión no hay nada».

La cacereña está al frente junto a sus hermanos del concesionario aunque lo suyo es la carretera. Muestra su cazadora Alpine, su casco favorito, uno de edición limitada que imita a Mike Wazowski, ese personaje excéntrico de un solo ojo de Monstruos S.A. y se jacta de conducir motos de 900 cc. Para llegar a eso ha tenido que recorrer otra carretera, una con sus propios obstáculos. «Yo siempre le decía a mis padres que quería una moto». Pero entonces los que conducían eran chicos. Cuando por fin se sacó el carné de A1 a los 16 era la única chica. Cuando cumplió la mayoría de edad y consiguió el de A2 --el de las motos grandes-- también era la única. Pero eso no le importó lo más mínimo. Lo mismo opina treinta años después aunque es plenamente consciente de que representa todavía a un sector minoritario. Reconoce que el número de mujeres no es notable en el motor y que es un mundo que ha estado históricamente asociado a los hombres pero le traquiliza saber que «cada vez hay más». También deja claro que en años de circuitos nunca ha tenido ningún problema con sus compañeros motoristas por ser mujer ni ha sufrido ningún agravio.

A sus 48 años su vida transcurre sobre dos ruedas. «Me encanta». Compara subirse en moto como una terapia. «Te evades y ves las cosas de otra manera, en la moto tienes tiempo para pensar, estás concentrada y vuelves renovada». Comparte el tiempo entre la tienda de la calle Argentina, los viajes a los circuitos y los 15/50, una asociación motera que nació en 2013 en Cáceres de un grupo de amigos a los que les une la misma pasión y que quería reunirse al menos una vez al mes para recorrer Extremadura. Precisamente este domingo la asociación organiza una jornada de convivencia este domingo. En el club hay inscritos alrededor de 300 socios, moteras como Mamen, una treintena.

Ahora ultima los detalles para llegar al circuito de Jerez, la meca de los aficionados que se celebra este fin de semana. A estas horas debe estar allí. Antes tiene que entregar una moto y en la tienda el goteo de clientes es incesante. «Me encanta saber que hay gente que cumplirá un sueño igual que yo». A todos les soltará aquello de los dos tipos de motero y una única consigna: «Lo importante es ir y volver». «Y disfrutar».