TEtl pasado miércoles, a las seis de la mañana, mientras veía en directo el discurso del presidente electo de los Estados Unidos, me paré a pensar si esas palabras las habría escrito el propio Obama unas semanas antes, o si serían el producto de una de esas sesiones maratonianas, con lluvia de ideas y un fondo de rascacielos, en la que asesores con corbata y experimentados miembros de su equipo quitaban y ponían comas. Poco después empezó a ganar consistencia la noticia de que era un señor apellidado Favreau , a quien llaman el joven Favs por su insultante edad de 27 años, el encargado de escribir las palabras que cautivan a medio mundo. A poco que se investigue, se averigua que ya en enero hablaba de él la más prestigiosa prensa mundial y a uno le entra la duda de si tanta admiración colectiva debería dirigirse hacia Obama o hacia quien está detrás de las bambalinas. Luego te cuentan que son muchos los políticos que se aprenden discursos que elaboran otros, pero es algo que uno no acaba de creerse. Cuesta imaginar que las intervenciones entrecortadas con chascarrillos del alcalde de Badajoz, las sandeces de Berlusconi o el exabrupto insultante de Sarkozy a un ciudadano, sean fruto de un trabajo que se paga y que cotiza a la Seguridad Social. Sea como sea, deberíamos preguntarnos si llegará un día en el que nos gobierne un robot con las palabras del mejor escritor, los gestos del mejor actor y la cabeza del mejor Premio Nobel. Ese sí que sería un día histórico, y no el otro día. De momento nos quedamos con una paradoja más: llega un negro a la Casa Blanca y resulta que su negro literario es un blanco.