Como no se trata precisamente de un deporte de masas --ni siquiera, en el sentido más estricto, de un deporte--, no habrá una multitud dispuesta a guardar un minuto de silencio, ni en las tribunas se colgarán pancartas con la imagen del muerto, ni habrá homenajes en los ayuntamientos, ni se pronunciarán discursos en su honor. De hecho, la noticia ha pasado desapercibida. Ha fallecido el inventor del futbolín y es poco probable que en los bares y en las tascas se rinda tributo al padre del juego, acaso porque nadie se había parado a pensar que alguien lo había inventado, o porque es una de esas cosas que por fuerza tenía que estar ahí desde hace siglos.

Alejandro Finisterre falleció el viernes en Zamora a los 87 años, pero en lugar de escribir que acababa de morir el inventor del futbolín, los diarios locales destacaron la muerte del escritor Alejandro Finisterre, del poeta Alejandro Finisterre o de Alejandro Finisterre el albacea de León Felipe. En algunos casos, el asunto se despachó como un "dato biográfico curioso". Gallego trashumante, escritor, editor y periodista, Finisterre dio vida a su invento más famoso cuando tenía solo 17 años: la fama lo persiguió el resto de su vida a pesar de que pronto quedó claro que no era su vocación dedicarse a inventar cosas, y en muchas entrevistas que concedió y muchos artículos que se escribieron sobre él se hablaba de "Finisterre, famoso a pesar suyo por haber inventado el futbolín".

Caoba de Santa MaríaEra noviembre de 1936 cuando Finisterre --Campos Ramírez en el registro civil hasta que empezó a llevar por apellido el nombre de su ciudad natal-- quedó sepultado bajo los escombros de Madrid durante uno de los bombardeos de la guerra civil. Fue trasladado al hospital de la Colonia Puig de Montserrat y allí, un día, se despertó rodeado de mutilados. "Yo había jugado al fútbol, incluso perdí un diente de una patada, pero me había quedado cojo y envidiaba a los que podían jugar. También me gustaba el tenis de mesa. Pensé: ¿Por qué no crear el fútbol de mesa?"

En diciembre de ese año, se puso en contacto con Francisco Javier Altuna y le dio las instrucciones para que construyera el primer futbolín. A comienzos de 1937 se ocupó de registrar su invento, pero tuvo que huir y las lluvias convirtieron el documento en un mazacote sin valor. En realidad, eran dos documentos: había aprovechado para patentar otro invento, el primer pasahojas de partituras.

Desde GuatemalaLa vida tuvo que dar muchas vueltas para que el inventor gallego pudiera por fin explotar su creación. Sucedió en Guatemala y sucedió muchos años después, cuando el Gobierno le extendió una invitación formal para que fabricara futbolines en ese país. "Los hacían manos indígenas con caoba de Santa María, finísima, y les incorporábamos barras periscópicas", declaró hace un par de años a este diario.

En Guatemala lo sorprendió el golpe de Estado contra Jacobo Arbenz (1954), aunque lo que de verdad fue una sorpresa es que fuera secuestrado y obligado a subir en un avión con destino a Panamá. "Eran agentes franquistas", diría más tarde. Finisterre pensó que lo iban a matar y pergeñó una treta para intentar escapar: se encerró en el baño, envolvió la barra de jabón con un pedazo de papel de plata --para que pareciera un explosivo- y salió de nuevo a los pasillos gritando: "¡Soy un refugiado español al que han secuestrado, y si es necesario, sé cómo evitar que este avión llegue a su destino!". Fue uno de los primeros secuestros aéreos de la historia. Cuando la nave tocó tierra quedó en libertad. En mayo del 2004, durante la Eurocopa de Portugal, se tocó un concierto en su honor.